CRITICA DE LA CONCEPCION DE LA VISION NACIONALISTA DE LA REVOLUCION SOCIAL: LA LIBERACIÓN NACIONAL.
Liberación nacional o pretexto burgués nacionalista
La Liberación Nacional es una doctrina que implica lucha para independizar a un país del imperialismo, del capitalismo extranjero, siendo esta idea compartida por toda la izquierda del capital, que mediante los frentes populares, el poli-clasismo se alinean a la burguesía nacional para apoyar el desarrollo del capitalismo endógeno.
¿a quién beneficia la liberación nacional?, . Dicha idea se impuso desde la Tercera Internacional estalinista. En nuestra región tuvo pretensiones “antiimperialistas”.
El objetivo de la liberación era mermar el poder y la intromisión de los países más poderosos quienes influyen económicamente, mediante la extracción de petróleo, explotación de minería, producción de haciendas agrícolas de distintos tipos (cacao, banano) en los países más pequeños de la región. No se habla de independencia con aras de exterminar al capitalismo.
El fin de la liberación nacional era o es la independencia frente al imperialismo, para dar paso al desarrollo del propio capitalismo del país, postulando la explotación de los recursos por parte de la propia burguesía nacional y ya no de potencias extranjeras. Queda en claro que la consumación de la liberación nacional es generar el capitalismo interno de cada país. O sea, es una defensa de la burguesía propia.
La liberación nacional no considera la revolución social sino la profundización nacionalista del capitalismo que aún no se desarrolla del todo en un país determinado, especialmente en los países subdesarrollados o conocidos con el eufemismo burgués como en vías del desarrollo. Enorme el error en el que incurre la izquierda del capital al sostener que pretender procesos de independencia con ayuda de la burguesía nacional. Esto no concuerda con los fines verdaderos del programa comunista que considera la revolución del proletariado y no la independencia nacional por parte de la burguesía.
Esta idea de intención capitalista está al margen de las verdaderas ideas socialistas, que considera llevar a cabo la destrucción no solo del imperialismo sino del capitalismo en general a nivel mundial. En otros términos, es anticapitalista en todas sus formas.
Los procesos independentistas latinoamericanos del siglo XIX conllevaron luchas del poder feudal criollo por su autonomía, junto a la conservación del latifundismo y de las estructuras de explotación coloniales que permanecieron intactas incluso después de la famosa revolución liberal de 1895.
La liberación nacional es una teoría antiproletaria que refuerza la tesis de conservar el capitalismo y no tiene nada que ver con el pensamiento marxista, que implica el exterminio del ESTADO CAPITALISTA.
POR EL GRUPO COMUNISTA INTERNACIONALISTA (BELGICA). (SOLO VA LA PRIMERA PARTE: LO DEMÁS ES DE LA CORRIENTE COMUNISTA INTERNACIONAL, DE ESPAÑA).
Primera parte. gci.
“Liberación nacional”, “lucha anti-imperialista”, “lucha por la autodeterminación de los pueblos”,”por la segunda (o tercera) independencia”, “por la defensa de la patria, del territorio”, son consignas que escuchamos todos los días y que tienen como objetivo ligar a los explotados a los intereses particulares de los explotadores, en su lucha por la repartición reapropiación de las fuerzas productivas del planeta. La clase oprimida no tiene nunca nada que ganar en esta lucha. Por el contrario, luego de ser utilizada, dividida y masacrada como carne de cañón, en una lucha por intereses que no son los de ella, sigue tan explotada y oprimida como antes.
El asunto no es nuevo, sino tan viejo como la existencia de la sociedad de clases. Tampoco lo son las reacciones de las clases explotadas contra esa guerra que no es la suya. Si hoy el proletariado tendrá que reiterar a gritos y a bala limpia, esta verdad, es porque la contrarrevolución ha recompuesto con muchas variaciones sutiles las redes ideológicas que lo llevan a su masacre, en la guerra imperialista.
Nuestra posición es nítida, el proletariado no tiene nada que ganar defendiendo ningún tipo de liberación nacional, soberanía nacional, derecho a la autodeterminación de los pueblos, patria o campo socialista; EL PROLETARIADO NO TIENE PATRIA, OPONGAMOS A LA GUERRA IMPERIALISTA (SEA CUAL SEA LA COBERTURA IDEOLOGICA QUE UTILICE ) LA GUERRA CIVIL REVOLUCIONARIA CONTRA LA BURGUESIA DEL MUNDO ENTERO.
Ideología de la liberación nacional.
En el N° 1 de la revista Comunismo decíamos que “la política de desorganización del proletariado, de reproducción de la situación contrarrevolucionaria se basa no solo en la represión física y militar sino en a ) la falsificación y el ocultamiento de la historia de la lucha de clases, b) en la utilización del nombre de dirigentes del proletariado, vaciando el contenido de su acción, c) en la utilización de las expresiones utilizadas por los revolucionarios, que también vaciadas de su contenido se utilizan al servicio de la reacción, d) en difundir como ‘los objetivos del proletariado’ en el momento de la ola revolucionaria la reforma o la democratización del capital ( no su destrucción); para lo cual los intelectuales del régimen son especialistas en revisar y utilizar las debilidades en las formulaciones y explicitaciones inherentes a toda revolución abortada.
La ideología de la liberación nacional es un ejemplo elocuente al respecto. Es evidente que existen aun fracciones de la burguesía que para llevar adelante sus intereses imperialistas no precisan recurrir a citas de Marx o/y de Lenin, sino que pueden aun movilizar a sus vasallos directamente en defensa de la religión, de la raza, el mundo libre, la lucha contra el comunismo u otras cosas por el estilo. Sin embargo no deja de ser sintomático que en todos los continentes, se enfrenten hoy fracciones de la burguesía que camuflan sus intereses de rapiña, detrás de su “marxismo leninismo”, detrás del derecho a la autodeterminación de los pueblos que “el marxismo” ha sostenido. No solo en su nombre la reciente “nación liberada” de Vietnam invade Camboya que “defiende su autodeterminación nacional”, sino que China invade para “darle una lección a los que no respetan el derecho de los pueblos a su autonomía nacional”. Que en nombre de lo que Marx, Engels o/y Lenin (que tomaremos como ejemplo por ser los más utilizados) dijeron sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, se pretenda arrastrar a su autodestrucción a grandes capas del proletariado, oponiendo la bandera de la liberación de Irlanda, o la de los “legítimos derechos a la autonomía e independencia del pueblo vasco”; a otras también “muy marxistas” de defensa del “Estado – Nación”. Para unos sería progresivo la liberación de tal o cual pueblo, pues se trataría de un “pueblo oprimido” ( que incluye explotados y explotadores) contra un “pueblo opresor”; para los otros es necesario mantener y fortificar la “unidad del Estado Nación”, la “unidad nacional” más amplia posible contra la división regionalista y los resabios feudales.
Ambas opciones, campos opuestos en la guerra imperialista de rapiña, intentan convencer a los obreros que su opción, si bien ni implica inmediatamente el socialismo (para lograr el cual se ponen de acuerdo -y no hay nada más coherente que ello- en que “hay que trabajar mucho” ), es una etapa o un paso adelante en este sentido. Las fracciones del capital, que no se autodenominan marxistas, no precisan recurrir a ningún subterfugio teórico izquierdista para justificar la guerra imperialista, lo que no les impide aprovechar al máximo el asunto: basan su campaña en la afirmación de que “esa es una polémica entre marxistas”, y que está demostrado que “los marxistas no eliminan las guerras nacionales”, que “contrariamente a lo que éstos pretendían la guerra se realiza entre países y opciones comunistas”.
Contra toda esta bolsa de mierda, la posición comunista es la misma de siempre, “proletariados de todos los países, unios”, “opongamos a la guerra capitalista la guerra contra el capitalismo”, la verdadera crítica a “marxistas” y “no marxistas”, sobre todas sus especulaciones sobre los beneficios que aparejaría tal o cual cambio nacional, ha sido efectuada por la acción directa del proletariado (e inevitablemente la profundizará en el futuro próximo) del mundo entero, en su guerra contra la burguesía de todos los países.
Si hoy nos proponemos analizar como la burguesía puede utilizar los nombres de militantes comunistas, para la defensa de su política nacional-imperialista, no es ni para justificar tal o cual posición de tal o cual militante en el pasado (lo que consideramos totalmente incompatible con la práctica comunista), ni para iniciar una polémica contra nuestros enemigos, pues nuestra función no es discutir con ellos. Por el contrario intentamos contribuir al conocimiento dentro del proletariado de la metodología empleada por nuestros enemigos “marxistas” para fortificar las armas de la crítica de nuestra clase que evidentemente no podrán sustituir la crítica armada de tales concepciones. Consideramos imprescindible, en particular, poner en evidencia la esencia de la metodología empleada para delimitar una noción tan desfigurada como la del revisionismo y la invarianza del programa comunista.
Viendo las cosas superficialmente se podría creer que las distintas fracciones del capital, que se enfrentan en el campo de la guerra imperialista, no pueden tener ninguna metodología común; que los justificativos ideológicos de tal política no pueden ser los mismo del lado de un movimiento de liberación nacional autodenominado “marxista” y la de los que se oponen a la tal liberación nacional también en nombre del “marxismo”; que trotskistas (en sus innumerables versiones) o estalinistas (de uno u otro lado) no puedan tener una política esencialmente coincidente, dado que en tal o cual conflicto se encuentran en campos diferentes de la guerra imperialista . Pero la realidad es mucho más compleja que esta superficie por la cual los dos campos opuestos en una batalla no pueden guiarse por los mismos valores . La lógica del capital es la que unifica y da coherencia a ambos campos, o mejor dicho todas las guerras pasadas presentes y futuras de la era capitalista tienen por objetivo la apropiación – destrucción de las fuerzas productivas y la repartición de los mercados del mundo, ambos campos coinciden en la oposición. Esa coincidencia no termina ahí, sino que ambos campos necesitan movilizar a “sus” obreros a su servicio, para lo que requieren presentar sus intereses como intereses de los obreros, la estatización y socialización del capital, como equivalente al socialismo comunista, su dictadura como una dictadura del proletariado, en fin sus discursos como equivalentes a los discursos de militantes comunistas del pasado queridos por los obreros, tienen que enfrentar al derrotismo revolucionario en ambos campos como “anticomunista”. Y como todo esto no hay 10.000 formas de realizarlo, sino solo una: atacan a los obreros internacionalistas de revisionistas, de no respetar las enseñanzas de Marx y Engels, sobre la cuestión nacional, etc. Los bombardean con citaciones de Marx y Engels, insistiendo en que éstos en tal o cual oportunidad sostuvieron a Estados Unidos frente a México, a las liberaciones nacionales de Polonia o Irlanda, en tal circunstancia tal potencia frente a tal país, en tal otra tal colonia contra su metrópolis, argumentando – como ellos hoy – que era progresista y que favorecía en el mediano plazo al socialismo.
Lo que tienen en común estas argumentaciones de la totalidad de los grupos, partidos, estados, ejércitos de liberación que autodenominándose marxistas sostienen uno y otro campo imperialista, bajo la cobertura de la liberación nacional, es:
– Tomar como punto de partida (1) que el comunismo sería un conjunto de principios elaborados por Marx y Engels, que se trataría de adecuar tácticamente a cada circunstancia o área geográfica.
– Considerar que Kautsky, en lo que denominan “su época marxista”, mantuvo la ortodoxia del “marxismo” contra el “revisionismo” sea de Bernstein o de Otto Bauer (2) “demostrando que los estados nacionales ofrecen las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo” (3), dando una precisa definición de la nación, “comunidad de la lengua hablada, del territorio de la lengua escrita” (4)
– Afirmar que si bien Marx y Engels habían dicho en el Manifiesto que “los obreros no tienen patria” habían reconocido que el proletariado debía “…elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués” y habían ido poco a poco comprendiendo la importancia de la cuestión nacional lo que queda demostrado por la sucesiva toma de posiciones al respecto en su vida militante. Kautsky, defendiendo precisamente esa ortodoxia, afirmará entonces en 1887 que: “En muchas naciones, el proletariado es ya portador del desarrollo nacional. Creemos que la época está próxima en la cual, el proletariado va adquirir una influencia sensible sobre la vida nacional” (5);
– A continuación afirman todos que aparece un fenómeno nuevo en el capitalismo, el imperialismo, que Marx y Engels no conocieron : “El capitalismo no había engendrado aun el imperialismo y sus luchas” (6). Esta nueva realidad del capitalismo que van a poner en evidencia los grandes teóricos de la socialdemocracia (Hilferding, Kautsky, Lenin, etc.) produce importantes cambios en la actitud de los comunistas frente al problema nacional.
– Luego insisten en la vieja historia de que la socialdemocracia traiciona, que Kautsky se transforma en un renegado, que Lenin coloca en primer lugar de la lucha contra el capitalismo, la lucha contra las potencias imperialistas.
– A partir de esas hipótesis todos están de acuerdo en que, para ser un verdadero comunista, hay que apoyar (críticamente o no según las versiones) los sectores de la burguesía de los pueblos oprimidos, o al menos impulsar la revolución burguesa, las tareas democrático burguesas, etc., ahí donde la burguesía no es capaz de realizarlas y que la tarea central de los revolucionarios es la lucha contra el imperialismo.
-Sin lugar a dudas todos hacen un discursito más o menos radical, sobre la necesidad de que el proletariado realice su lucha en forma autónoma, claro que para ello algunos sostienen que precisamente es necesario ser los más patriotas de la “fracción”. Así MAO TSE TUNG responde a la pregunta “puede un comunista, que es internacionalista, ser al mismo tiempo patriota? Sostenemos que no solo puede, sino que debe serlo … Por los razones expuestas (¡qué se resumen a que China es agredida! ), los comunistas deben mostrar una gran iniciativa en la guerra nacional y mostrarla concretamente, o sea desempeñar un papel ejemplar y de vanguardia en todos los terrenos”(7)
Carácter secundario de las variantes
Lo único que hemos hecho es trazar las grandes líneas del esquema abstracto de explicación seudo-marxista según el cual “los verdaderos internacionalistas deben defender la patria”. Claro que cada explicación-justificación es distinta y que en general los argumentos son mucho menos abstractos, pues están siempre marcados ya de un lenguaje patriotero, adecuado a cada circunstancia o pueblo.
También debemos reconocer que muchos no mencionan a Kautsky explícitamente, pero todos tienen en cuenta implícitamente la interpretación, el filtraje, que hizo la socialdemocracia “ortodoxa” de las obras de Marx y Engels como sinónimos de “marxismo” (de ¡“comunismo” !) oponiéndola a las versiones “revisionistas”.
En cuando a las variantes no pretendemos enumerarlas pues serían interminables; pero es importante saber que las consideramos secundarias porque:
– Ningún grupo o partido, que se autodenomina marxista, dice descaradamente que la defensa de tal o cual interés nacional, de tal o tal liberación o soberanía nacional es su objetivo estratégico. Por el contrario todos sostienen que se trata de un objetivo táctico, en su lucha por la “revolución socialista”. Las variantes aparecen recién en un segundo nivel, cuando tienen que explicar la correlación entre liberación nacional y socialista, y se teorizan así la revolución por etapas, doble, permanente, ininterrumpida, con sus conocidas variantes y combinaciones.
– Para todas las variantes el objetivo táctico de la lucha por la liberación nacional adquiere un carácter fundamental y todo el que se oponga, en nombre de la lucha del proletariado, contra la burguesía de cada país (única posición revolucionaria) no es un “marxista leninista”. Aquí también las mismas variantes aparecen como tales a un segundo nivel, para algunos sigue siendo importante hacer el discurso de que la revolución socialista se hace principalmente luchando contra la burguesía aunque en los hechos sean sus mejores representantes; otros van más allá y llegan a la caricatura de afirmar descaradamente que la revolución socialista será principalmente el producto de los países dependientes contra el imperialismo. Todos encuentran buenas citaciones de Lenin para explicar su práctica, así la Tricontinental, la Olas ayer y la burguesía cubana hoy atormentan al proletariado en sus publicaciones oficiales con la siguiente cita de Lenin : “La revolución socialista no será, ni principalmente la lucha de los proletarios de cada país contra la burguesía, sino que, además será la lucha de todas las colonias y de todos los países oprimidos por el imperialismo, la lucha de todos los países dependientes contra el imperialismo” (8)
– Pues si bien al lado del conjunto de variantes clásicas más conocidas, Lenin-Stalin-Mao, Lenin-Trotsky, existen otras, como la del Marxismo- bolivarismo; el trotskismo- posadismo, Lenin-Gramsci, Lenin-Kim il Sung, el Castrismo, el sandinismo o las montoneras; estas no contienen tampoco ninguna connotación cualitativa diferente, digna de ser tenida en cuenta, salvo caricaturas que hemos preferido dejar de lado. En efecto, las imbéciles especulaciones filosofoides, sobre enemigo principal o fundamental, sobre que el marxismo es un “catecismo”, sobre la “patria grande”, sobre “los pueblos de color”, las “naciones agredidas o agresoras”, etc. constituyen un conjunto de adornos y de elementos dispersivos sobre un tronco común que es el que nos interesa desnudar y denunciar.
De toda maneras la preocupación central de los seudo marxistas es siempre enfrentar el derrotismo revolucionario.
Mao lo dice claramente, el enemigo es el derrotismo revolucionario, las masas no tienen ninguna conciencia ni confianza en lo nacional. “Somos a la vez internacionalistas y patriotas (SIC) y nuestra consigna es lucha contra el agresor en defensa de la patria (SIC). Para nosotros el derrotismo es un crimen (SIC)… Nuestra guerra se lleva a cabo en circunstancias adversas. El insuficiente desarrollo de la conciencia, dignidad y confianza nacionales entre las grandes masas populares (SIC)…”(9).
Y este siempre es el verdadero punto de partida, sus necesidades, contrapuestas a las necesidades objetivas del proletariado, El verdadero esquema de construcción teórica- justificación ideológica de la guerra de liberación nacional, es (sea o no conciente de ello la fracción de la burguesía en cuestión):
– Necesidad de militarizar al proletariado para que le sirva de carne de cañón de sus intereses.
-Puente teórico ideológico entre estas necesidades y el “marxismo leninismo” definido como un conjunto de principios a ser aplicados con variaciones tácticas, según las fórmulas de la Segunda Internacional. Muchas veces dicho puente requiere fortificarse con referencias a algún ” verdadero socialista”.
En comunismo N° 3 continuaremos la publicación de éste texto poniendo en evidencia porqué el comunismo no es un conjunto de principios ni un conjunto de dogmas formales (ideología que permite la utilización de los nombres y los textos de militantes del pasado al servicio de la ideología de la liberación nacional); sino un movimiento histórico real que como tal fue, es y será invariablemente antagónico con el nacionalismo.
La cuestión nacional desde 1920 hasta la Segunda Guerra Mundial
En los primeros años 20 de la degeneración de la III Internacional, la reacción del proletariado se expresaba políticamente a través de los grupos de la llamada “ultraizquierda”. Los comunistas de izquierda denunciaron con pasión los intentos del Comintern de usar las tácticas de la época pasada, cuando la necesidad de la conquista inmediata del poder por parte del proletariado las había vuelto caducas y reaccionarias. Con la revolución todavía a la orden del día en los países avanzados de Occidente, las disputas más importantes entre la III Internacional y su ala izquierda, que se referían al problema de la instauración de la dictadura del proletariado en esos países, o sea, la cuestión sindical, la de la relación partido clase, la del parlamentarismo, del frentismo…. fueron los temas más candentes del momento. Sobre muchas de estas cuestiones, los comunistas de izquierda demostraron una coherencia intransigente que con dificultad ha sido superada por el movimiento comunista desde entonces.
En comparación con esos problemas, las cuestiones nacional y colonial parecían tener menos importancia inmediata y, en general, los comunistas de izquierda no tuvieron respecto a éstas la claridad que sí tuvieron sobre aquellas otras cuestiones. Bordiga en particular seguía propugnando la tesis leninista de la “revuelta colonial progresista” aliada con la revolución proletaria de los países avanzados, idea ésta que ha sido defendida por la mayoría de los epígonos bordiguistas desde entonces. La Izquierda Alemana era mucho más clara que Bordiga. Muchos de los militantes del KAPD siguieron defendiendo la posición luxemburguísta de la imposibilidad de las guerras de liberación nacional. Gorter, en una serie de artículos titulados “La Revolución Mundial’, publicados en el periódico inglés de la izquierda Comunista “The Worker’s Dreadnought” (9, 16 y 23 de febrero; 1, 15 y 29 de Marzo y 10 de Mayo de 1924) atacaba la consigna bolchevique de la autodeterminación y acusaba a la Tercera Internacional de este modo: “Vosotros apoyáis a los nacientes capitalismos de Asia. Lo que estáis preconizando es la sumisión del proletariado asiático al capitalismo local”.
Pero al mismo tiempo Gorter hablaba de lo inevitable de las revoluciones democrático burguesas en los países atrasados, aunque ponía todo el énfasis en la toma del poder por el proletariado en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. Y al igual que muchas de las posiciones de clase defendidas por el KAPD, el rechazo a las guerras de liberación nacional se basaba más en el vivo instinto de clase que en un análisis teórico profundo del desarrollo del capitalismo en tanto relación social que había entrado en una época de decadencia a escala mundial. Lo cierto es que fue la turbulencia del período revolucionario lo que impidió a los comunistas captar todas las implicaciones de la nueva época; y se dio desafortunadamente el caso de que muchas de estas implicaciones sólo se entendieron claramente cuando la contrarrevolución ya se había establecido firmemente en todos los países.
Con la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23 y el movimiento del capitalismo hacia un nuevo reparto imperialista del mercado mundial, los revolucionarios se vieron forzados a reflexionar, con una profundidad no conocida antes, sobre las razones de la derrota, sobre las nuevas tendencias que se producían en el capitalismo. Este trabajo de reflexión fue llevado a cabo por las fracciones que sobrevivieron a la desintegración del movimiento comunista de izquierda hacia la mitad y a finales de la década de los años 20.
Los que quedaban de la izquierda italiana en el exilio, agrupados en torno a la revista “BILAN”, hicieron la contribución más importante a la comprensión de la decadencia del sistema capitalista, aplicando el análisis de Rosa Luxemburgo acerca de la saturación del mercado mundial a la realidad concreta de la nueva época y reconociendo que una nueva guerra imperialista mundial era inevitable a menos que fuese detenida por la irrupción de la revolución proletaria.
La derrota del proletariado en China fue lo que, para BILAN, demostró más claramente la necesidad de revisar las viejas tácticas coloniales. En 1927, los trabajadores llevaron a cabo en Shangai una insurrección victoriosa que les dio el control de la ciudad entera, en medio de una situación efervescente en toda China. Pero el PC chino, siguiendo fielmente la línea del Comintern de apoyo a las “revoluciones nacionales democráticas” contra el imperialismo, presionaría sobre los obreros hasta que éstos ofrecieron la ciudad en bandeja a los ejércitos de Chiang Kai-shek, aclamado después por Moscú como héroe de la liberación nacional china. Con la ayuda de los capitalistas locales y de bandas criminales (calurosamente aplaudidas por los poderes imperialistas) Chiang aplastó a los trabajadores de Shangai en una orgía de asesinatos masivos.
Para BILAN, estos acontecimientos eran la prueba concluyente de que: «La tesis de Lenin en el Segundo Congreso de la Tercera Internacional, debe ser completada cambiando radicalmente su contenido. Esta tesis admitía la posibilidad de que un proletariado diera su apoyo a los movimientos imperialistas en la medida en que creaba las condiciones para un movimiento proletario independiente. De ahora en adelante, tiene que reconocer que el proletariado nativo no debe dar ningún apoyo a estos movimientos, pues sólo puede convertirse en protagonista de una lucha antiimperialista, en el caso de que se una al proletariado mundial para dar, en las colonias, un salto análogo al que dieron los bolcheviques que fueron capaces de llevar al proletariado de un régimen feudal a la dictadura del proletariado» (“Resolución sobre la situación internacional”. BILAN nº l6, feb-marzo de 1935).
BILAN se daba cuenta así de que la contrarrevolución era a escala mundial y que en las colonias, al igual que en cualquier otra parte, el capital solamente podía avanzar gracias a la “corrupción, la violencia y la guerra para evitar la victoria del enemigo que él mismo había engendrado: el proletariado de los países occidentales”. (“Problemas de Extremo Oriente”. BILAN nº 11, septiembre de 1934)
Pero más importante incluso que esto era la comprensión general en BILAN de que, en el contexto de un mundo dominado por las rivalidades imperialistas y que va sin remedio hacia una nueva guerra mundial, las luchas de las colonias sólo podrían servir de campos de prueba para nuevos conflictos mundiales imperialistas. Por eso B1LAN negó rotundamente el apoyo a cualquiera de ambos bandos en las luchas imperialistas locales que iban sucediéndose una tras otra en los años 30: China, Etiopía, España,… Ante la preparación burguesa de una nueva guerra mundial, ellos afirmaban: «La posición del proletariado de cada país debe consistir en una lucha a muerte contra cualquier postura política que intente atarlo a la causa de uno u otro campo imperialista, de ésta o aquella nación colonial; causa que tiene la función de ocultarle al proletariado el carácter real de la nueva carnicería mundial»(BILAN nº l6).
Los “Comunistas de Consejos” de Holanda, Norteamérica y otros sitios eran casi los únicos, junto a la Izquierda Italiana, que mantenían una posición contra las trampas del imperialismo. En 1935-36, Paul Mattick escribió un largo artículo titulado “Luxemburgo contra Lenin” (la primera parte apareció en “The Modern Monthly” en 1935 y la segunda en “The International Council Correspondence” en julio de 1936). Este artículo de Mattick, defendía las posiciones de Lenin contra las teorías económicas de Luxemburgo pero defendía con firmeza la posición política de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional en contra de la de Lenin.
Las críticas de Luxemburgo a la política bolchevique sobre la cuestión nacional, escribió Mattick, pudieron parecer erróneas. En el tiempo de la polémica entre Luxemburgo y Lenin, la amenaza principal contra el poder soviético parecía venir de un ataque militar de las potencias imperialistas. Luxemburgo argumentaba que la política de Lenin sobre las naciones estaba abriendo la puerta a los imperialistas para que destruyeran físicamente la revolución. De hecho, los bolcheviques habían resistido a la intervención imperialista, y la política de apoyo a los movimientos nacionales parecía incluso haber fortalecido el Estado ruso. Pero, como decía Mattick, el precio pagado por ello fue tan grande que las críticas de Rosa aparecieron como justas a la larga. «La Rusia bolchevique todavía existe, sin duda, pero no como lo que fue al principio -el punto de partida de la revolución mundial-, sino como baluarte contra ella». (Modern Monthly)
El estado ruso sobrevivió, sí, pero basando su supervivencia en un capitalismo de Estado. La contrarrevolución no sólo había venido desde fuera, sino que había surgido también desde dentro. Para el movimiento revolucionario internacional la táctica de apoyo a las guerras de liberación nacional utilizada por la Internacional Comunista, se había convertido en arma sangrienta contra la clase obrera: «Las naciones ‘liberadas’ formaron un anillo fascista alrededor de la Unión Soviética. Turquía liquidó a los comunistas con armas suministradas por Rusia. China, apoyada en su lucha de ‘liberación nacional’ por Rusia y la III Internacional ahogó en sangre el movimiento obrero de una forma que recuerda la Comuna de París. Miles y miles de cadáveres obreros dan testimonio de lo acertado de la concepción de Rosa Luxemburgo, de que el derecho a la autodeterminación nacional no es más que una farsa pequeño burguesa. Las aventuras nacionalistas de la Tercera Internacional en Alemania revelan el verdadero contenido de la frase de Lenin ‘la lucha por la liberación nacional es una lucha por la democracia’ al contribuir en parte a que se crearan las condiciones previas para la victoria del fascismo. Diez años de competencia con Hitler por el título de ‘nacionalismo auténtico’ convirtieron a los trabajadores mismos en fascistas. Livitnov celebraba en la Sociedad de Naciones la idea leninista de la ‘autodeterminación de los pueblos’ con ocasión del Referéndum de Sarre. En vista de esto, uno no puede menos que asombrarse viendo a gente como Max Schachtman afirmar que ‘a pesar de las severas críticas de Rosa Luxemburgo a los bolcheviques por su política nacional después de la revolución, ésta fue sin embargo confirmada por los resultados». (Modern Monthly. La cita de Scharchtman es de “The New International”, marzo 1935).
Lo único que confirman los “resultados” es la validez de la postura de los luxemburguistas y comunistas de izquierda y no la vieja posición leninista. Como bien lo predijeron, tanto Bilan como Paul Mattick, las luchas nacionalistas de los años 30 demostraron ser el trampolín de preparación para otra guerra imperialista mundial; una guerra en la que Rusia, como también predijeron aquellos, participó en la matanza como “socio con los mismos derechos” que los demás países. Los que llamaron al proletariado a tomar partido en las diversas confrontaciones nacionales de los años 30, participaron ya sin vacilar en la II Guerra Mundial. Los trotskistas, tras haber llamado a los obreros a sostener a Chiang Kai-shek contra los japoneses y a la República española contra Franco, siguieron con su verborrea nacional-antifascista durante toda la Segunda Guerra Mundial y añadieron una nueva fórmula al concepto de Defensa Nacional: otorgando y pidiendo apoyo al que ellos denominaban “Estado obrero degenerado”, sosteniendo a la vez, aunque “críticamente”, a los imperialismos “democráticos”.
La Segunda Guerra Mundial demostró con dolorosa claridad cuán imposible es para los movimientos de “liberación nacional” luchar contra un imperialismo sin aliarse con otro. Las “heroicas” resistencias “antifascistas” de Francia, Italia, etc., los “partisanos” de Tito, los ejércitos “populares” de Ho Chi Minh, todos estos y otros muchos movimientos funcionaron siempre como meros apéndices del imperialismo norteamericano contra el imperialismo alemán. Una vez terminada la Guerra revelaron claramente su naturaleza antiobrera llamando a los obreros a matarse entre si, ayudando a aplastar huelgas y rebeliones obreras, persiguiendo a los militantes comunistas de verdad, etc. En Vietnam, Ho Chi Minh ayudó a los imperialismos “extranjeros” a aplastar la Comuna Obrera de Saigón en 1945. En 1948, Mao anduvo por las ciudades de China, decretando que el trabajo tenía que continuar normalmente y acabó prohibiendo las huelgas. En Francia, los maquis estalinistas denunciaron como “colaboradores fascistas” al puñado de comunistas internacionalistas que se mantuvieron activos durante la ocupación china y la “liberación” y llamaron a los obreros a luchar contra ambos bloques imperialistas. Inmediatamente después de la Guerra esos maquis “revolucionarios” se unieron al gobierno del general De Gaulle y atacaron las huelgas diciendo, según la famosa consigna de Thorez, secretario general a la sazón del PCF, que eran “un arma de los trust”.
Los comunistas y la cuestión nacional en el siglo XIX
Hoy la nación ya no puede servir ni de marco para el desarrollo de las fuerzas productivas, ni de terreno para la lucha de clases y menos todavía de forma estatal para la dictadura del proletariado.
(Trotsky en “Nashe Slovo”, 4-2-1916)
LOS PROLETARIOS NO TIENEN PATRIA. Esta es la base del análisis comunista sobre la cuestión nacional. A lo largo de este siglo millones de proletarios han sido mistificados, movilizados y sacrificados bajo las banderas del patriotismo, la defensa nacional y la liberación nacional. En guerras mundiales y locales, en enfrentamientos entre enormes ejércitos estatales o en choques guerrilleros, los obreros de todos los países han sido llamados a entregar sus vidas, por sus opresores. Nada ha quedado mejor demostrado en este siglo que el antagonismo total y absoluto entre el nacionalismo y los intereses internacionales del proletariado.
Y como los obreros solo pueden aprender las lecciones de la historia a través de su propia experiencia en el proceso histórico, los comunistas solo pueden analizar la cuestión nacional en términos históricos para establecer las razones por las cuales la oposición a todo nacionalismo, a cualquier lucha nacional, se ha convertido en una de las fronteras que separan a las organizaciones obreras de las burguesas.
Los comunistas y la cuestión nacional en el siglo XIX
Los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, a pesar de algunos errores, contradicciones o límites en sus análisis (producto de la época en que vivieron), comprendieron un punto fundamental que se ha olvidado completamente hoy al quedar anegado por 50 años de contrarrevolución. Para ellos no cabía la menor duda de que el Estado Nacional y la ideología nacionalista eran pura y simplemente un producto del desarrollo capitalista, de que la nación era el marco indispensable para el desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción fuera y en contra la sociedad feudal. Cualesquiera que sean las contradicciones de sus escritos acerca de la posibilidad de un desarrollo socialista dentro de los límites nacionales, la perspectiva general de Marx y Engels se basaba en un análisis del mercado mundial y en la comprensión de que la futura sociedad comunista sería la asociación mundial de los productores, la comunidad humana mundial. La Primera Internacional fue fundada sobre el reconocimiento de que la clase obrera era una clase internacional y tenía que unir sus luchas a escala mundial.
Sin embargo, en tanto que comunistas internacionalistas, Marx y Engels dieron a menudo su apoyo a movimientos de liberación nacional. Lo que escribieron sobre esta cuestión es usado en nuestros días por aquellos que se autodenominan “marxistas,” para justificar mejor su apoyo a las luchas de “liberación nacional” en la época actual.
Pero resulta que el período que hoy vivimos no es el de Marx y Engels. Y es esta evidencia la que nos permite afirmar que denunciar y oponerse a cualquier lucha de “liberación nacional” es hoy una postura básica de la visión revolucionaria del mundo. Marx y Engels adoptaron esas posiciones políticas en una época de auge histórico del capitalismo, cuando la burguesía aun podía ser considerada como una clase progresista que luchaba contra las trabas del poder feudal. Inevitablemente las revoluciones burguesas tomaron la forma nacional. Para poder acabar con las barreras impuestas al comercio por la autonomía local del feudalismo, con sus aranceles, derechos señoriales, fueros, etc., la burguesía tuvo que unirse a escala nacional. Lenin así lo comprendió: “En todo el mundo, la época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada a movimientos nacionales. La base económica de esos movimientos estriba en que para la victoria completa de la producción mercantil es necesario que la burguesía conquiste el mercado interior, es preciso que territorios con población de un solo idioma adquiera cohesión estatal, quedando eliminados cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es el medio esencial de comunicación entre los hombres, la unidad del idioma y su libre desarrollo es una de las condiciones más importantes de una circulación mercantil realmente libre y amplia que responde al capitalismo moderno… Por ello la tendencia de todo movimiento nacional es a formar Estados Nacionales, que son los que mejor responden a estas exigencias del capitalismo moderno” (Lenin: “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”).
Desde la creación de un ejército de ciudadanos durante la revolución francesa hasta el Risorgimiento italiano, desde la Guerra de Independencia americana hasta la Guerra de Secesión, la revolución burguesa tomó la forma de luchas de liberación nacional contra las monarquías reaccionarias y contra los vestigios de las clases del feudalismo (los esclavistas de los Estados del Sur de EEUU fueron un caso aparte, lo cual no quita de que representaran un serio obstáculo para el desarrollo del capitalismo en Estados Unidos). Estas luchas tenían el objetivo esencial de destruir las superestructuras decadentes del feudalismo y liquidar las mentalidades parroquianas y autárquicas que frenaban la marcha del capitalismo hacia su unidad.
Al basar su oposición al sistema capitalista en cimientos materialistas y científicos (y no morales) Marx y Engels comprendieron que el socialismo era imposible mientras que el capitalismo no hubiera desarrollado el mercado a escala mundial y el proletariado no se hubiera transformado en una clase realmente internacional. Durante aquel período, el capitalismo era el único modo de producción capaz de desarrollar las fuerzas productivas. Este hecho real es lo único que justificó el apoyo de los revolucionarios de entonces a los movimientos de liberación nacional. En tanto no se desarrollara plenamente el mercado mundial, mientras hubiese todavía en el mundo inmensas regiones precapitalistas donde el sistema pudiera extenderse y la burguesía tuviera que luchar aún contra el feudalismo y el absolutismo, era necesario para el movimiento obrero tomar parte activa en los movimientos de liberación nacional, los cuales ponían las bases materiales de la futura revolución socialista. En aquel entonces la clase obrera era efectivamente solidaria con los numerosos movimientos de liberación nacional. Los obreros textiles de Inglaterra, a pesar de las privaciones y el paro que acarreaba la guerra civil norteamericana (freno a las exportaciones de algodón), apoyaron totalmente al Norte, haciendo campañas también contra la complicidad tácita entre la burguesía inglesa y los esclavistas del Sur. En 1860, los estibadores de Liverpool trabajaron gratis el sábado por la tarde para mandar víveres a la expedición de Garibaldi a Sicilia. Estas y otras actitudes semejantes de entonces contrastan con la indiferencia, cuando no la hostilidad, de los obreros de hoy respecto a las campañas de apoyo a los movimientos de “liberación nacional” propagadas por la izquierda del capital y los izquierdistas.
Hay que subrayar sin embargo dos cosas acerca de la actitud del proletariado de aquella época.
· Primero, y ante todo, que los comunistas no reconocieron jamás un supuesto “derecho” abstracto a la autodeterminación nacional, aplicable en todo tiempo y en todas las naciones. Apoyaban los movimientos nacionales en tanto contribuían al desarrollo progresivo del capitalismo mundial.
Para Marx y Engels, por ejemplo, uno de los principales criterios para juzgar si un movimiento nacional en Europa era progresista o no estribaba en su capacidad para sacudirse el yugo del absolutismo ruso, que era entonces el bastión de la reacción sobre en el continente, no solo contra el comunismo sino también contra la democracia burguesa, el liberalismo y la unidad nacional. Y así, mientras que apoyaron a los movimientos nacionalistas de Alemania y Polonia se opusieron a los numerosos movimientos nacionalistas eslavos reaccionarios que estaban dominados por clases precapitalistas y eran manipulados por el zarismo para reforzar y extender su absolutismo. Por ello, aunque condenaban el saqueo y la explotación en las colonias del capitalismo, los comunistas no apoyaban a cualquier señor o jefezuelo local de clan contra los imperialistas. Engels escribía a Bernstein en 1882 acerca del levantamiento en Egipto contra los ingleses dirigido por Ahmed Arabí Pachá: “Creo que tenemos que estar con los ‘fellahs’ oprimidos sin compartir sus ilusiones económicas (se necesitan siglos de experiencia para que los campesinos tomen conciencia de que están mistificados), que tenemos que pronunciarnos contra la barbarie de los ingleses sin por eso ponernos del lado de sus adversarios militares del momento”.
Esos movimientos eran intentos de señores locales o de déspotas de tipo asiático para mantener el control sobre “sus” campesinos y no la expresión de una burguesía nacional revolucionaria. Además, algunas revueltas en las colonias (como en China) fueron apoyadas en la medida en que podían servir de base al desarrollo del capitalismo nacional, liberado de toda dominación colonial, o como posible detonante de la lucha de la clase proletaria dentro del país opresor. Este último criterio fue el de Marx respecto a Irlanda, pues opinaba que la dominación inglesa producía retraso en la lucha de la clase en Inglaterra al arrastrar su conciencia al terreno del chovinismo.
Lo importante para nosotros no es saber si Marx o Engels estaban acertados o no en su apoyo a tal o cual movimiento nacional. En algunos casos, como el de Irlanda, la posibilidad de una liberación nacional había desaparecido ya y Marx seguía apoyándola y en otros ese apoyo resultó justificado con creces. Lo que importa es comprender el método que usaban los comunistas para determinar la naturaleza progresista o reaccionaria de tal o cual movimiento nacional. Y no basaban sus juicios en los “sentimientos” de los pueblos oprimidos, ni sobre un no se sabe qué derecho eterno a la autodeterminación nacional, ni siquiera en base a las condiciones particulares de tal o cual país. “Sus tomas de postura, correctas o erróneas, estaban invariablemente determinadas en relación a un eje intangible: lo que a escala mundial favorecía la maduración de las condiciones de la revolución proletaria era progresivo y debía contar con el apoyo de los obreros” (M. Berard: “Rupture avec “Lutte Ouvrière” et le Trotskysme”, pág. 46)
· Lo segundo que hay que subrayar es que los comunistas comprendieron el carácter capitalista de las luchas de liberación nacional y, por consiguiente, la necesidad para el proletariado de ser políticamente independiente respecto de la burguesía, incluso las veces que la apoyaba contra el absolutismo. Nadie tenía la menor ilusión de que tal o cual lucha nacionalista acabara en “socialismo” o en “Estado obrero”.
Esta es de hecho una de las mayores patrañas que defienden estalinistas y trotskistas cuando afirman que regímenes estalinistas como el de China, Cuba, Vietnam y demás tienen un carácter proletario. Durante la era de la revolución burguesa y del capitalismo ascendente el proletariado podía tener sus propias organizaciones independientes y por lo tanto la estrategia de “apoyo crítico” a las fracciones burguesas más progresistas era una posibilidad. Aunque el proletariado corría el riesgo de ver a la burguesía volverse contra él cuando le fuera posible (cómo ocurrió durante la revolución de 1848), ésta se apoyó a menudo en la clase obrera, como vanguardia, en las guerras de liberación nacional y pudo, en aquella época, tolerar que hubiese organizaciones proletarias masivas e independientes dentro de la sociedad. La lucha del proletariado por las “1ibertades democráticas” (de asociación, de prensa, libertad sindical,…) no era entonces la engañifa en que se ha transformado tal lucha en este período de decadencia del capitalismo, en el cual la burguesía es incapaz de otorgar la más mínima reforma real. En aquella época, cuando la clase obrera participaba, bajo determinadas circunstancias, en guerras nacionales, luchaba por sus propias metas y no como pura y simple carne de cañón.
La situación después de la Segunda Guerra Mundial
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los movimientos de las colonias evolucionaron de dos formas, aunque manteniéndose ambas dentro de la misma dinámica que antes.
En primer lugar, los años de posguerra conocieron una relativa tendencia a la descolonización “pacífica”. A pesar de la existencia de potentes y, a veces, violentos movimientos nacionales en India, África, etc. la mayoría de las antiguas potencias coloniales otorgaron fácilmente la “independencia nacional” a muchas colonias. En un artículo escrito en 1952 el grupo francés Internationalisme, que se había separado de la Izquierda Italiana en 1944 a causa de la formación del Partido en plena contrarrevolución, analizaba así la situación: «Antes, en el movimiento obrero se creía que las colonias sólo podían emanciparse en el marco de la revolución socialista. Sin duda alguna, al ser ‘los eslabones más débiles de la cadena imperialista’, con una explotación y una represión capitalistas agudizadas, las colonias eran particularmente vulnerables los movimientos sociales. Su acceso a la independencia estaba siempre ligado a la revolución en las metrópolis.
Y sin embargo, hemos visto en los últimos años a gran parte de las colonias obtener su independencia. La burguesía colonial se ha emancipado más o menos del dominio metropolitano. Este fenómeno, por muy limitado que sea en la realidad, ya no puede ser comprendido con la antigua teoría que consideraba al capitalismo colonial como simple lacayo del imperialismo, como servil contable.
La verdad es que las colonias han dejado de ser un mercado extra-capitalista para las metrópolis. Se han vuelto nuevos países capitalistas. Han perdido su carácter de salida mercantil, lo cual hace que los viejos imperialismos sean más comprensivos ante las reivindicaciones de la burguesía colonial. Hay que añadir que los propios problemas de los imperialismos (en una época en la que ha habido dos guerras mundiales) han favorecido la expansión en las colonias. El capital constante se destruyó a si mismo en Europa, mientras que crecía en las colonias y semicolonias llevando a explosiones de nacionalismo (África del Sur, Argentina, India). Hay que resaltar que esos nuevos países capitalistas, desde su creación como naciones independientes, pasan directamente a la fase de capitalismo de Estado mostrando los mismos aspectos que una economía orientada hacia la guerra como ya pusimos de relieve.
La teoría de Lenin y Trotsky ya no tiene sentido alguno. Las colonias se han integrado al mundo capitalista e incluso lo han apoyado. Ya no hay ‘eslabón débil’. El dominio del capital se extiende de igual manera por toda la superficie del globo» (“La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”. Internationalisme nº 45. 1952).
La burguesía de los antiguos imperios coloniales, debilitada por las guerras mundiales, fue incapaz de mantener las colonias. La desintegración “pacífica” del imperio británico es el mejor ejemplo. Pero fue sobre todo porque las colonias ya no podían servir de base a la reproducción ampliada del capital mundial (al haberse vuelto ellas mismas plenamente capitalistas) por lo que perdieron importancia para los principales imperialismos. De hecho fueron las potencias más atrasadas, Portugal por ejemplo, las que se aferraron con más fuerza a sus colonias. La descolonización era solo el reconocimiento formal de una situación de hecho: el capital ya no se acumulaba según una dinámica de expansión hacia regiones precapitalistas, sino sobre la base del ciclo de la decadencia: crisis-guerra-reconstrucción y, por tanto, despilfarro monstruoso de la producción.
El acceso de las antiguas colonias a la independencia política no significó ni mucho menos su independencia real respecto a las principales potencias imperialistas. Tras el colonialismo llegó el “neo-colonialismo”. Con él, las grandes potencias mantienen un dominio efectivo sobre los países atrasados gracias a una fuerte presión económica: imposición de cuotas de cambio desiguales, exportación de capitales mediante sociedades multinacionales o simplemente mediante el Estado. Todo lo cual obliga a los países del “Tercer Mundo” a adaptar su economía a las necesidades de los capitalismos más avanzados por medio del monocultivo, la implantación de industrias con mano de obra barata para la exportación, las inversiones extranjeras,… Y para mantener todo eso, para defender sus intereses están evidentemente los poderosos ejércitos de los imperialismos dominantes con sus rápidas intervenciones político-militares. Vietnam, Guatemala, República Dominicana, Checoslovaquia, Hungría y tantos y tantos países han sido el escenario de la intervención directa de un imperialismo que quería proteger sus intereses contra un cambio político o económico considerado inaceptable.
De hecho, la descolonización “pacífica” es más una apariencia que una realidad. Ha ocurrido dentro de un mundo dominado por bloques militares imperialistas, cuya correlación de fuerzas determina la posibilidad de una descolonización pacífica. Los países metropolitanos han aceptado la independencia de sus colonias solamente si estas seguían integradas en el bloque imperialista de origen. La segunda guerra mundial ha dado lugar a un nuevo reparto del mercado mundial sobresaturado, por lo que la única evolución posible de la situación ha sido el desarrollo de nuevos enfrentamientos imperialistas, principalmente entre las dos potencias que emergieron dominantes después del conflicto: Estados Unidos y Rusia. Por ello, la segunda tendencia, tras la segunda guerra mundial, ha sido la de una proliferación de guerras “nacionales” a través de las cuales las grandes potencias se han enfrentado para mantener o ampliar sus respectivas esferas de influencia.
Las guerras de China, Corea, Vietnam, Oriente Medio y tantas otras en todo el mundo, han sido consecuencia de la correlación de fuerzas imperialistas establecida tras la Segunda Guerra Mundial, de la incapacidad manifiesta del capitalismo para satisfacer las necesidades más elementales de la humanidad y de la profunda descomposición de las antiguas Zonas colonizadas. Muy raras veces se han enfrentado abiertamente en estas áreas los dos imperialismos aunque todas les han servido de intermediarios para dirimir sus rivalidades. Igual que durante la guerra mundial misma tales conflictos han demostrado la incapacidad de las burguesías locales para combatir a un imperialismo sin caer en las garras del otro. Cuando una burguesía nacional consigue librarse de los tentáculos de un bloque cae inmediata e irremediablemente en los de otro. En Oriente Medio los sionistas de Israel guerrearon primero contra los árabes con armas rusas e inglesas para acabar en la órbita norteamericana. El fracaso de Stalin para integrar a en su bloque a Israel le convirtió en patrocinador de la resistencia palestina y árabe que hasta entonces luchaban protegidas por los alemanes nazis. En Vietnam, Ho Chi Minh apoyó primero a Francia e Inglaterra contra los japoneses, después se integró en el bloque Ruso luchando contra Francia y Estados Unidos. En Cuba, Castro se libró de la tutela de EEUU para caer enseguida en la de URSS. Sin duda alguna cada una de esas guerras debilita aquí o allá a tal o cual potencia imperialista… fortaleciendo a la potencia rival. En estas guerras es siempre el sistema capitalista e imperialista quien sale realmente reforzado. Sólo los trotskistas y los estalinistas pueden con sus aberrantes contorsiones ideológicas presentar como “progresistas” y “debilitadores del imperialismo” a este carrusel sangriento de cambios de bloque. En el mundo real la cadena imperialista siempre sale reforzada con estas guerras de exterminio.
Esto no quiere decir que las burguesías locales sean siempre puros títeres en manos de las grandes potencias. Las burguesías locales tienen también intereses particulares y tales intereses son también imperialistas. La expansión de Israel sobre territorios árabes, la de Vietnam en Laos y Camboya, las rivalidades entre India y Pakistán por Cachemira y Bengala… obedecen a la férrea y ciega ley de la competencia imperialista que se impone a todos los capitales nacionales. Además de ser agentes de los grandes imperialismos, aceptando su influencia, armas y “ayudas”, las burguesías locales necesitan crearse su pequeña parcela imperialista para dar salida a sus propios intereses expansionistas. Como ninguna nación puede acumular capital en la autarquía absoluta, no le queda otro remedio que expansionarse a expensas de naciones más atrasadas, meterse en políticas anexionistas, imponer el intercambio desigual,… En la época del capitalismo decadente toda nación es siempre imperialista. Esto no impide que el conjunto de rivalidades locales se integre en el marco más general de las rivalidades entre los dos grandes bloques imperialistas. Los pequeños países tienen que doblegarse ante las exigencias de las grandes potencias para poder realizar sus intereses locales y poder garantizarse su pequeña área de influencia. En circunstancias excepcionales potencias de segundo orden, por ejemplo China o Arabia, pueden jugar un papel principal en la arena imperialista mundial. Sin embargo, este papel se inscribe siempre en el marco superior de las rivalidades entre los dos grandes bloques y no puede escapar de la dinámica que imponen estos. El caso de China es significativo: a principios de los 60 rompió con Rusia e intentó por algún tiempo practicar una política de autarquía e incluso crear un tercer bloque. El ahondamiento de la crisis echo por tierra estos sueños del Capital chino y acabó empujándolo a los brazos del imperialismo americano del cual es hoy furgón de cola.
En resumen: toda la evolución de la posguerra ha demostrado con creces la falsedad de la táctica de apoyo a los movimientos de liberación nacional para “debilitar al imperialismo”. Al contrario, estos movimientos lo han fortalecido aun más facilitando el reforzamiento de su control sobre el mundo y, sobre todo, movilizando a fracciones del proletariado mundial al servicio de un imperialismo contra el otro.
La imposibilidad de la «liberación nacional»
El desarrollo objetivo del mercado mundial es lo que ha hecho imposible la existencia de verdaderas luchas de liberación nacional. El sistema capitalista ha llegado a un impasse histórico. Tras haber socializado las fuerzas productivas a un nivel sin precedentes, tras haber unificado la economía mundial a un nivel no conocido hasta ahora; no puede sin embargo continuar, debido a sus propias contradicciones -inherentes a su modo de producción- esa obra positiva y tiende por contra a la degeneración y la decadencia, amenazando a la humanidad con el hambre y la destrucción más gigantescas que ha conocido la historia. La sobreproducción crónica y la saturación permanente del mercado mundial han hecho que el capitalismo pueda sobrevivir solamente a base de un ciclo de CRISIS-GUERRA-RECONSTRUCCIÓN... El capitalismo ha establecido las bases potenciales de la COMUNIDAD HUMANA MUNDIAL pero esta comunidad sólo podrá realizarse destruyendo al Capital y su Estado a escala mundial mediante la Revolución Proletaria Internacional que instaure el PODER MUNDIAL DE LOS CONSEJOS OBREROS. Sin este acto histórico de la violencia proletaria el capitalismo llevará a la humanidad a guerras cada vez más destructivas o incluso a la inmolación definitiva.
Las relaciones sociales capitalistas -relaciones mercantiles generalizadas basadas en el carácter mercantil de la fuerza de trabajo- han entrado en conflicto permanente con las fuerzas productivas. Lo que caracteriza la crisis histórica del capital -el aprisionamiento de las fuerzas productivas en la forma mercantil y nacional- es lo que impide al carácter asociado y colectivo de la producción capitalista servir de base a un modo de producción verdaderamente socializado. Sabiendo que la humanidad únicamente puede avanzar mediante el establecimiento de tal sistema socializado, lo único progresivo hoy es la liberación de las fuerzas productivas de su forma mercantil y la instauración del comunismo, lo cual es posible únicamente a escala mundial. Al mismo tiempo que las relaciones sociales capitalistas han entrado en la fase de decadencia, las formas del derecho y la propiedad, que son una expresión de dichas relaciones, intervienen directamente en el bloqueo de las fuerzas productivas. En el pasado, la nación era progresiva porque daba un cuadro adecuado al libre juego de las relaciones mercantiles y permitía la unificación creciente de la reproducción social, en oposición a la atomización impuesta por las relaciones feudales. Sin embargo hoy, en el marco del mercado mundial, la Nación se convierte en la unidad económica y política de cada grupo de capitalistas que disputa la supervivencia de sus intereses en pugna a muerte con los demás grupos capitalistas nacionales. La tendencia al capitalismo de Estado, general en todos los países, es la expresión de la concentración nacional de cada grupo de capitalistas para sobrevivir en la jungla imperialista mundial. La expansión imperialista a la que tiende inevitablemente todo capital nacional es la expresión de la concurrencia mercantil despiadada en que se basan las relaciones mercantiles generalizadas ahora a escala mundial. En el mercado mundial el máximo nivel de “unidad” que es capaz de alcanzar el capitalismo es el de grandes bloques imperialistas rivales, dotados de gigantescos arsenales, que pugnan mediante la violencia más salvaje por imponer sus dominios. Cada bloque es a su vez una unión forzada de capitales nacionales dentro del cual reina el imperio de la fuerza, la traición y el cambalache. La Nación lejos de servir al proceso de unificación de la producción social lo impide de la forma más extrema. En un mundo que reclama la instauración de un sistema de producción racional y planificada a escala planetaria, la nación se ha convertido en un anacronismo insoportable. La agravación actual de la crisis histórica del capital pone cada vez más al desnudo el absurdo de las fronteras nacionales. Cada capital nacional se ve forzado a establecer una infraestructura económica propia, una moneda propia, un ejército propio, una legislación propia. Esto genera una multiplicación absurda de las actividades productivas, una multiplicación todavía más absurda y gigantesca de las actividades improductivas y ocasiona un terrible despilfarro de la capacidad productiva de la humanidad; engendrando hambre, miseria y destrucción en un marco de sobreproducción generalizada.
Pero la más criminal consecuencia de la concurrencia imperialista son las GUERRAS IMPERIALISTAS, que en lo que va de siglo han costado la friolera de CIEN MILLONES DE MUERTOS. La guerra es la expresión máxima del despilfarro salvaje de fuerzas humanas y técnicas que caracteriza al capitalismo decadente.
Hoy no tiene absolutamente nada de progresivo la formación de nuevas naciones porque el capital se ha constituido en relación social mundial y ha entrado, en consecuencia en su fase decadente. La burguesía, al extenderse a escala mundial, ha terminado su rol histórico progresivo y se ha convertido en un obstáculo reaccionario al desarrollo de la humanidad. Y si la burguesía de los grandes países industrializados ha demostrado hasta el absurdo su incapacidad de desarrollar las fuerzas productivas, con más claridad aun lo han demostrado las burguesías de los países atrasados, con recursos limitados, incorporándose tarde al desarrollo capitalista y estando sometidas a la presión de los grandes imperialismos.
Incluso en el período de reconstrucción que ha seguido a la II Guerra Mundial y en el curso del cual los principales países capitalistas han experimentado una fase de fuerte crecimiento económico, los países del “Tercer Mundo” (término inventado por los comentaristas burgueses para designar a las naciones que encarcelan en sus fronteras a dos tercios de la humanidad) no han salido de su subdesarrollo. Salvo excepciones, han visto aumentar aún más sus diferencias con los grandes países industrializados. Conocido el estancamiento económico, la ruina masiva de los campesinos obligados a emigrar a las ciudades de Asia, África, Sudamérica, etc., donde se concentran en gigantescos cinturones de miseria inmersos en la más espantosa miseria. Padecen la corrupción oficial y una sobreproducción de capas sociales incapaces de ser integradas en la actividad económica y social, el desarrollo de enfermedades y epidemias en proporciones gigantescas. Están obligadas a permanecer en el escenario de los más feroces conflictos imperialistas, a vivir en la inestabilidad política más brutal,… Todas estas realidades cotidianas de las regiones subdesarrolladas constituyen una demostración permanente del carácter puramente ficticio de la llamada “sociedad de consumo”. Hoy, cuando los países avanzados se hunden ante el nuevo asalto de la crisis generalizada, los países atrasados no pueden conocer otra cosa que una descomposición cada vez más profunda. La crisis golpea ya a algunos países del tercer mundo de forma absolutamente catastrófica. En especial a aquellos que no disponen de las materias primas indispensables para contrarrestar las presiones de los países más ricos, los cuales intentan descargar los efectos de la crisis sobre los países más débiles. Esta tendencia, con la profundización inexorable de la crisis, se va a intensificar cada vez más. Países como Etiopía y Bangla-Desh sufren 1a plaga permanente del hambre, la inflación, la guerra y la caída ininterrumpida de la producción. Particularmente instructiva es la situación en Bangla-Desh que demuestra de forma aplastante la imposibilidad de la “liberación nacional”. El régimen del Jeque Mujibur Rahman, instalado en el poder gracias a una guerra de “liberación nacional” conducida por rusos e indios contra USA, Pakistán y China, se muestra absolutamente incapaz de afrontar el hundimiento general de la economía. Según cifras oficiales mueren de hambre 27.800 personas al mes. Frente a ello la única respuesta del gobierno es la eliminación brutal de todos sus adversarios políticos. Esta respuesta es la que han continuado dando los sucesores de Mujibur Rahman, instalados en el poder tras una interminable maraña de golpes y contragolpes, pese a que los eslóganes con los que lo alcanzaron fueron: “acabar con la represión”, “reconstruir el país”, etc., etc.
La profundización de la crisis mundial ha tapado la boca a los que se deshacían en alabanzas a los “modelos de desarrollo” del tercer mundo personificados en Irán y Brasil. Se ha hablado a menudo del “milagro brasileño” cantado no solo por los economistas y políticos burgueses sino por numerosos “marxistas” que veían en él la “prueba” del desarrollo capitalista en países del Tercer Mundo. En realidad, incluso en el periodo del “boom”, semejante “milagro” fue el resultado de una represión feroz de la clase obrera por la Junta Militar, de una pobreza escalofriante de millones de campesinos y marginados urbanos, de la esclavitud o de la exterminación de las tribus indias. La economía brasileña está regida por los intereses de los imperialismos americano, japonés, alemán y otros, todos igualmente rapaces y cuya principal preocupación es obtener el máximo de ganancia en el mínimo tiempo posible. Hoy, cuando la crisis ha disipado el cuento del “milagro económico”, el ministro brasileño de finanzas reconoce descaradamente que todo el crecimiento de los últimos años se ha fundado en un capital enteramente ficticio. La economía brasileña se mantendrá mientras los demás capitales simulen creer en la realidad de su potencia (esto es, un microcosmos de lo que ocurre a nivel de toda la economía mundial, basada esencialmente en la confianza otorgada al dólar).
Es verdad que el Tercer Mundo ha conocido un cierto desarrollo, pero está basado únicamente en un inmenso despilfarro, base de toda acumulación capitalista en nuestra época. En algunos sectores, de estos países se da un cierto crecimiento (en general, en beneficio del capital extranjero), pero al mismo tiempo las formas tradicionales de la economía se hunden irremediablemente sin que sean reemplazadas por ninguna otra forma superior, lo que lleva a la desposesión total de gigantescas masas humanas. El precio que pagan estos países por cada nueva fábrica es más chabolas, más intelectuales sin empleo y más campesinos sin tierra.
Los países del Tercer Mundo son lamentables caricaturas de los países “desarrollados”. Cada uno de ellos debe repetir en miniatura el gigantesco aparato burocrático que caracteriza al Estado y a la actividad económica de las grandes metrópolis y debe dedicar la parte del león de sus gastos a la adquisición de armas y a la organización de un ejército ultramoderno. Nigeria gasta en su ejército el 22’4% de su presupuesto, Egipto el 40%. Estos países conocen de pleno todos los “encantos” del capitalismo actual: despilfarro generalizado, destrucción intensiva del medio natural, deshumanización absoluta de la vida social, agravados por el traumatismo de la destrucción forzada de las culturas tradicionales… Todos los rasgos más monstruosos del capitalismo decadente (capitalismo de Estado, totalitarismo estatal, economía de guerra) se concentran masivamente en estos países, mostrando que lejos de ser “jóvenes-capitalismos-en-desarrollo” son la expresión más extrema de un sistema mundial senil.
El
nacionalismo contra la clase obrera
Este siglo ha conocido una intensificación brutal de la dominación capitalista basada en un ataque continuo contra la existencia de la clase obrera y en una contrarrevolución permanente. Todas las organizaciones de masas creadas por el proletariado en el siglo XIX (partidos y sindicatos) han sido integradas en el sistema capitalista y constituyen un obstáculo de primer orden contra la lucha proletaria. La burguesía ha establecido formidables máquinas de mistificación que van desde la televisión y la prensa en el Oeste hasta las campañas de propaganda del Este. Cada vez que la clase obrera ha resistido contra los asaltos de la burguesía, ésta ha movilizado contra aquella un gigantesco abanico de fuerzas represivas: policías antidisturbios, bombardeos por aire, especialistas en tortura, campos de concentración… Y cada vez que la crisis permanente del capital ha aparecido como una plaga abierta en el corazón del sistema, la burguesía ha sacrificado a millones de proletarios en las guerras imperialistas.
Los ataques de la burguesía contra la clase obrera se hacen cada vez más pérfidos a medida que la crisis alcanza niveles mayores de intensidad. Y esto es así porque el capitalismo no tiene otra opción que aumentar sin límites la explotación, aplastar las luchas obreras y culminar todo ello en una nueva guerra mundial imperialista. En los países más atrasados, la dominación capitalista no tiene los paliativos temporales que poseen las grandes metrópolis para moderar sus ataques antiobreros, por lo que en aquellos los proletarios han sufrido una explotación y una brutalidad despiadadas. La terrible realidad que sufren los obreros de los países atrasados refuta la idea de Lenin según la cual los movimientos de liberación nacional suponen un avance político y social para la clase obrera. El Capital no ofrece en ninguna parte mejoras reales de las condiciones de existencia de la clase obrera ni menos aún facilidades para su organización autónoma. Al contrario, y más aún en el Tercer Mundo, lo único que “ofrece” es la sobreexplotación económica y la superopresión política de la clase obrera.
La debilidad económica de estos países no deja más opción a la burguesía que la de intentar extraer el máximo de plusvalía (dada la débil composición orgánica del capital en estas regiones, la extracción de plusvalía absoluta es la tendencia dominante). Apenas han ocupado el poder, las fuerzas de “liberación nacional” consagran todas sus energías a la “batalla de la producción” y refuerzan invariablemente las tendencias al capitalismo de Estado que marcan profundamente estas economías. Las nacionalizaciones a gran escala se hacen con el doble objetivo de apuntalar una economía ruinosa y de rodearse de una máscara populista y socialista que persuada a los obreros de que deben apretarse el cinturón por “el bien de su economía nacional”. A fin de cuentas lo único que pueden ofrecer tales regímenes a la clase obrera son consuelos ideológicos de ese género, que por supuesto no dan de comer. Este es, por ejemplo, el mensaje del FRELIMO (Mozambique), una vez instalado en el poder: “La liberad significa trabajo y fin de la pereza”. Desde las plantaciones de caña en Cuba hasta las fábricas “ejemplares” de Corea del Norte el mensaje machacón de los burócratas de la “liberación nacional” es siempre el mismo: “TRABAJAR TODAVIA MÁS QUE ANTES POR “EL BIEN DE LA PATRIA”. La ideología de la “construcción del socialismo” es utilizada para enmascarar las formas de explotación más feroces y primitivas, de las que el Estado ruso de los años 30 fue el pionero: trabajo a destajo, horas extras obligatorias, militarización de la producción, integración completa de las organizaciones “obreras” en el engranaje estatal. Los tercermundistas, los liberales y los izquierdistas son expertos en cantar el “heroísmo” y el “socialismo” de esos engendros del capital. Detrás de la admiración por los Castro, Mao, Nyerere etc., está la admiración por unas ideologías que, durante un tiempo, han conseguido mistificar a la clase obrera llevándola a los mayores sacrificios. El curso ascendente de la lucha obrera mundial hace más necesaria que nunca para el capital una nueva edición de esos mitos anti proletarios.
Pero lo que los admiradores burgueses de la “liberación nacional” no pueden ni quieren ver es que, a pesar de las mistificaciones la clase obrera no está derrotada ni integrada en ninguna parte y su lucha de clase continúa incluso en los países “progresistas” del Tercer Mundo. La reciente oleada de huelgas en China, rota por los amarillos del PCCh es un elocuente testimonio. Detrás de la verborrea socialista del ‘sacrificio voluntario” se esconde siempre la amenaza omnipresente de la represión. Por la misma razón, el líder del Frelimo ha debido añadir a su definición de la libertad antes mencionada que no hay lugar para las huelgas en el “nuevo” orden social instaurado en Mozambique.
En el siglo XIX, las revoluciones burguesas permitieron en la mayoría de las ocasiones el establecimiento de regímenes más o menos democráticos que otorgaron a los trabajadores el derecho a organizarse. La mejor prueba de la imposibilidad de revoluciones burguesas en el siglo XX, el siglo de la decadencia capitalista, es la naturaleza política de los regímenes de “liberación nacional”. Todos ellos están organizados para impedir y romper por la fuerza, si es necesario, todo embrión de lucha autónoma de los trabajadores. El noventa y nueve por ciento de ellos son Estados de partido único que prohíben radicalmente el derecho de huelga y cuyas prisiones están llenas a rebosar. Numerosos de ellos se han destacado en el aplastamiento sangriento de las movilizaciones de la clase obrera: Ho Chi Minh, el liberador de Vietnam, ahogó en sangre las revueltas obreras de Hanoi y Saigón en 1946; Mao Tse-tung, el gran timonel de China, no dudó en emplear el ejército contra las huelgas de 1967-68 para “reestablecer el orden socialista”,…
Recordemos también la represión de las huelgas mineras por Allende o la de la tan “progresista” junta militar de Perón. La lista es casi inagotable. Los campesinos también han tenido que soportar las tiernas solicitudes de esos regímenes. Antes de apoderarse de las ciudades, en este caso contra los campesinos, los “ejércitos de liberación nacional” ejercen su poder en los distritos rurales aterrorizándoles, esquilmándoles con impuestos, movilizándoles como carne de cañón. La huida de campesinos presos del pánico ante el avance de las tropas del FNL vietnamita en marzo de 1975, mucho después de que los norteamericanos hubieran dejado de bombardear las regiones controladas por el FLN, es muestra patente de la vacuidad de la promesa de felicidad para el campesinado, que, según los tercermundistas, aportaría la “liberación nacional”. Tras la toma del poder por las fuerzas de liberación nacional, los sufrimientos de los campesinos continuaron y el régimen aplastó a los agricultores que se habían rebelado en 1956 contra las nacionalizaciones de Ho Chi Minh. En China los campesinos movilizados para construir embalses, puentes y demás infraestructuras tuvieron que aguantar el aumento de la explotación por parte del Estado. La destrucción forzada del campesinado en el tercer mundo es una caricatura violenta de lo que había ocurrido de modo gradual en las metrópolis.
Los regímenes de liberación nacional perpetran también la opresión contra las minorías nacionales. En los regímenes independientes de África son los asiáticos los oprimidos. En Sudán son los negros los oprimidos por un régimen árabe “progresista”. En Ceilán (Sri-Lanka), los tamiles están privados de derechos civiles y soportan una explotación despiadada en las plantaciones de té por de un gobierno socialdemócrata, estalinista y trotskista. Lenin en sus tiempos ya había criticado severamente las tradicionales persecuciones de los judíos por las burguesías polaca y rusa. Pues bien, la actual burguesía de Estado de esos países también se parece a su predecesora, a pesar de que se reclama de Lenin, persiguiendo a los judíos que todavía no han podido salir del país.
Todos los frentes de liberación nacional expresan claramente en su programa la intención de sustituir una forma de opresión nacional por otra. El programa sionista tiene previsto, lo digan o no claramente, la expulsión de los palestinos. Por su parte, el programa nacional palestino, con su reivindicación de un Estado en el qué musulmanes, judíos y cristianos puedan vivir juntos en tanto que comunidades religiosas , no tiene, otra intención que la de suprimir la nacionalidad judía israelita sustituyéndola por la de nación árabe palestina. Y lo mismo en Irlanda, donde el sueño y el programa del IRA están exactamente por dar la vuelta a la tortilla y que sean los protestantes la minoría religiosa nacional oprimida.
Así es y no puede ser de otra forma. Todos los programas de liberación nacional son programas capitalistas y la opresión nacional es la esencia del capitalismo.
Volviendo a la situación específica de la clase obrera en esos regímenes podemos decir que los golpes más duros que han propinado a la clase obrera han sido sobre todo las propias guerras de “liberación nacional”. A causa del carácter constante de las rivalidades interimperialistas en un periodo de crisis histórica crónica, la burguesía del tercer mundo está continuamente mezclada en las peleas imperialistas y demás peripecias contra sus rivales locales. Desde l914, no ha habido casi ni un momento en el que al menos una parte del mundo subdesarrollado no haya estado sometida a la guerra.
Las guerras de liberación nacional son una necesidad para los imperialismos secundarios si quieren sobrevivir en el mercado mundial. La competencia es tanto más feroz en esos países en cuanto que el dominio de los países adelantados les obliga a enfrentarse entre sí si quieren ocupar un pequeño lugar en el mercado mundial. Pero a la clase obrera, esas guerras no hacen sino acarrearle mayor explotación, una militarización todavía más fuerte y sobre todo masacres y destrucciones a gran escala. Millones de trabajadores han sido matados durante este siglo en esas guerras sin por eso ganar otra cosa que la sustitución de un explotador por otro. Como cualquier guerra nacional, las luchas de liberación nacional han servido para amordazar la lucha de la clase, para dividir las filas proletarias, para entorpecer en éstas la maduración de la conciencia comunista. Y como el capitalismo decadente va sin remedio hacia conflagraciones imperialistas cada vez mayores, las luchas nacionales localizadas sirven de banco de pruebas a los futuros conflictos mundiales, los cuales si que podrían comprometer las posibilidades de instauración del comunismo.
En el período de decadencia del capitalismo, los comunistas deben afirmar sin ambigüedades que todas y cada una de las formas de nacionalismo son reaccionarias por definición. Muy pocos negarán el carácter reaccionario del nacionalismo tradicional de los grandes imperialismos (patriotismo del Ku-Klus-Klan, patrioterismos y chovinismos de los países europeos, nazismo, chauvinismo ruso, etc.) en cambio, muchos estarán muy predispuestos a aceptar los llamados nacionalismos de los “oprimidos” que son, si cabe, todavía más perniciosos para la clase obrera. Es con este nacionalismo “progresista” con el que la burguesía de las ex colonias intenta integrar a la clase obrera y convencerla de que tiene que producir más y más plusvalía por la patria. Al son de los cánticos de unión con la liberación nacional y contra el imperialismo es como los obreros de esos países son movilizados en las guerras interimperialistas. La clase obrera no tiene más que un único interés hoy y es el de unificarse a escala mundial por la revolución comunista. Toda ideología que divida a la clase obrera según criterios raciales, sexuales o nacionales es contrarrevolucionaria, por mucho que se base en “realidades”, hable de socialismo, de liberación o de revolución.
Si el capitalismo en crisis consiguiera imponer a la clase obrera su “solución”, la guerra mundial, lo haría sin lugar a dudas con los estandartes del nacionalismo. Sea cual fuere la forma, mandaría a los trabajadores a hacerse matar en el último asalto de la barbarie. Hoy en día, el nacionalismo es la antítesis del proletariado y de su lucha, la negación de la humanidad y el vehículo ideológico en potencia de la extinción de ésta.