CRITICA A MONTHLY REVIEW

LA ESCUELA MONTHLY REVIEW

Crítica Marxista-Leninista

¡Proletarios de todos los países, uníos!

miércoles, 10 de julio de 2013

¿El marxismo necesita a Keynes, Kalecki, etc.?: La Escuela Monthly Review

La Escuela Monthly Review es una tendencia de pensamiento económico de orientación “marxista” que ha realizado contribuciones importantes para la comprensión de la evolución económica capitalista contemporánea. La revista Monthly Review y los libros y folletos publicados por su editora constituyen puntos de referencia para muchos estudiantes, intelectuales, militantes, organizaciones sindicales y partidos del amplio espectro de la llamada izquierda. Incluso muchos partidos denominados comunistas y marxista-leninistas consideran los puntos de vista y estudios de la Escuela Monthly Review como una valiosa e importante aplicación del marxismo a los problemas económicos contemporáneos, particularmente al estudio y denuncia del capitalismo monopolista.

 

En la década de 1960, Paul Baran y Paul Sweezy escribieron “El capitalismo monopolista” en un intento de “iniciar el proceso de análisis sistemático del capitalismo monopolista”, asumiendo implícitamente que había llegado el momento de acabar con el reinado supremo de “El capital”. En ese esfuerzo y en su trabajo de análisis y denuncia del capitalismo monopolista y particularmente del imperialismo norteamericano, la Escuela Monthly Review y sus exponentes han recurrido a la ayuda de pensadores y escuelas de pensamiento ajenas al marxismo y definidamente burguesas. Desde Sweezy hasta John Bellamy Foster en la actualidad, los exponentes de esta Escuela han mezclado a Marx, la economía marginalista, Keynes, Kalecki, y una serie de economistas no marxistas, tomando prestado terminología, categorías y tesis de esos economistas y tendencias de pensamiento económico incompatibles con el marxismo. ¿Marx y el marxismo necesitan de Keynes, Kalecki, Joan Robinson, de marginalistas y keynesianos de “izquierda”, para estudiar, analizar y explicar los principales problemas económicos del imperialismo y de la evolución de la economía mundial?

 


El artículo que presentamos a continuación es una crítica general de la Escuela Monthly Review, que pone en evidencia puntos fundamentales en las que esa escuela se distancia del marxismo, concluyendo además que de la mezcla de marxismo, marginalismo y keynesianismo, lo que predomina no es precisamente la teoría de Marx ni su método analítico. El autor del artículo reconoce el trabajo positivo de Paul Sweezy y sus colegas de Monthly Review pero sus críticas deben alertarnos contra las conclusiones políticas reformistas que se derivan de los estudios y análisis de dicha escuela. Aunque no compartimos, algunos puntos de vista del autor, el artículo nos parece importante para introducirnos en el estudio crítico de las ideas y tesis de esta escuela. El autor del artículo invoca a los lectores a leer un artículo previo de cuyos argumentos dependen las ideas expresadas en el que a continuación reproducimos. Al pie del artículo ponemos los links de descarga.

 

La escuela Monthly Review

Sam Williams

2011

[…]

 

La Escuela Monthly Review es una tendencia en el marxismo norteamericano centrada en la revista socialista Monthly Review, que se publica desde 1949. A pesar de que nunca ha estado organizada bajo la forma de un partido político, se mantiene unida por ciertas ideas económicas y políticas comunes.

 

El libro “El capital monopolista”, publicado en 1966 y coescrito por los economistas marxistas Paul Sweezy (1910-2004) y Paul Baran (1910-1964), es considerado por sus miembros como el trabajo principal producido por la escuela. La figura central de la tendencia fue el notable economista Paul Sweezy, educado en Harvard.

 

Además de Paul Sweezy, las figuras más importantes de la Escuela Monthly Review son: Paul Baran, quien como Sweezy fue economista profesional y autor de “Economía política del crecimiento” (1955); Leo Huberman (1903-1968), un talentoso divulgador de las ideas marxistas; Harry Braverman (1920-1976), que fue obrero industrial y sindicalista antes de unirse a Monthly Review y cuyo trabajo principal es “Trabajo y capital monopolista”, y el economista Harry Magdoff (1913-2006), autor de la “Era del Imperialismo” (1969) entre otras obras.

 

El actual editor de Monthly Review es John Bellamy Foster (1953- ), profesor de sociología en la Universidad de Oregon, que puede ser considerado como el actual líder de la escuela. Él es muy versado en economía y ha escrito mucho acerca de las opiniones de Marx sobre ecología y agricultura.

 

La Escuela Monthly Review lleva las marcas de la sociedad que la produjo, la de los Estados Unidos. Estados Unidos no sólo tuvo, de lejos, el más alto grado de desarrollo del capitalismo en el siglo pasado, era –y es– el centro del imperialismo mundial. A inicios de este siglo, junto a Gran Bretaña, Estados Unidos se convirtió en el principal ejemplo de la decadencia del capitalismo en los países imperialistas.

 

A pesar de que en el pasado experimentó muchas huelgas económicas y a veces sus obreros formaron sindicatos fuertes y militantes, Estados Unidos casi no ha tenido ningún movimiento obrero –sindicatos partidos políticos de la clase obrera– en el sentido europeo. De hecho, en lugar de hablar del movimiento obrero, los estadounidenses hablan del “movimiento laboral”.

 

Esto se refiere al movimiento sindical –ahora bastante débil–, que en política no ha tenido un partido propio, pero apoya al Partido Demócrata. El Partido Demócrata comenzó como el partido de los esclavistas sureños y luego de los “Jim Crow” segregacionistas sureños. En el Norte, durante y después de los tiempos de la esclavitud, se basó en las maquinarias políticas racistas –tales como el Tammany Hall de Nueva York. Estas maquinarias pretendían defender a la clase obrera de raza blanca contra los afroamericanos y otros “obreros no blancos”. (1)

 

En ningún momento el Partido Demócrata fue un partido de la clase obrera. En este sentido, la historia es muy diferente de la historia de los partidos comunistas, laboristas y socialdemócratas de Europa.

 

Frente a este entorno político, singularmente difícil y a menudo hostil, el marxismo ha sido mucho más débil en los Estados Unidos de lo que ha sido en Europa, para no hablar de muchos países de América Latina, África y Asia. Por ejemplo, Paul Baran, el coautor de “El capital monopolista”, que enseñó en la Universidad de Stanford en California, fue durante muchos años el único profesor titular de Economía confeso marxista de los Estados Unidos. A pesar de su cargo, Stanford hizo todo lo que pudo para que Baran se sintiera tan incómodo como fuera posible con la esperanza de que renunciara. Pero él nunca lo hizo.

 

Cuando un hombre como Baran, que originalmente vino de Ucrania y vivió en diferentes momentos en Alemania y la Unión Soviética –ambos con muy ricas tradiciones marxistas–, llegó a los Estados Unidos se encontró en un entorno donde conceptos marxistas básicos tales como valor-trabajo y plusvalía eran prácticamente desconocidos entre sus colegas economistas profesionales. Baran y Sweezy, por lo tanto, desarrollaron su propia terminología especial en un intento de llegar a los estudiantes de Economía completamente desfamiliarizados incluso con las ideas marxistas más elementales. Esta terminología, sin embargo, ha dado lugar a dificultades que demuestro a continuación.

 

[…]

Sweezy y Marx

 

El joven Sweezy tenía muchas ventajas sobre el trabajador o el intelectual radical promedio cuando se puso a estudiar a Marx. Ya era, después de todo, un economista con alta formación. Pero esto también era una desventaja. Él no sólo tenía mucho que aprender de Marx, tenía mucho que desaprender de su mala educación de juventud como economista marginalista burgués. ¿Qué tanto éxito tuvo Sweezy en desaprender muchas de las falsas ideas económicas burguesas que había absorbido en su juventud?

 

En 1942, Sweezy publicó un libro, “La teoría del desarrollo capitalista”. El trabajo se basaba en las notas que utilizó para sus conferencias en Harvard, donde fue profesor de Economía durante la década de 1930. El libro fue producto de su concordancia con Marx.
En esa obra, Sweezy por lo general defiende las conclusiones de Marx, pero con ciertas reservas. Su reserva más importante era su rechazo a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Sweezy apoyó el punto de vista de varios críticos burgueses de Marx que negaban que existiera una verdadera tendencia de la composición orgánica del capital a aumentar a medida que el capitalismo se desarrolla. ¿No era probable que el desarrollo tecnológico fuera ahorrador de capital –es decir, ahorrador de capital constante– en lugar de ahorrador de trabajo –es decir ahorrador de capital variable? A medida que avanza la productividad del trabajo, ¿no es el abaratamiento de los medios de producción y las materias primas susceptible de compensar el aumento de la composición técnica del capital, evitando así un aumento en el ratio capital constante/capital variable?
Sweezy parece haber rechazado el punto de vista de la escuela Grossman-Mattick que hoy en día es muy influyente entre los marxistas de internet. De acuerdo con la escuela Grossman-Mattick, la Depresión –y las crisis capitalistas en general–  fue causada por una tasa de ganancia y una tasa de explotación de los obreros demasiado bajas para mantener la prosperidad capitalista. La escuela Grossman-Mattick sostiene que los capitalistas pueden salir de sus crisis si los obreros son explotados aún más. Para Sweezy probablemente esto sonaba muy parecido a las opiniones de los capitalistas reaccionarios que se oponían a las reformas del New Deal y al surgimiento de los nuevos sindicatos industriales del CIO –a pesar de que los argumentos de Grossman-Mattick procedían de la izquierda a favor de la revolución en lugar de la derecha reaccionaria.
En contraste con este punto de vista, los economistas del ala  izquierda del Frente Popular de la década de 1930 veían los orígenes de la Depresión en la distribución desigual de la renta nacional –en términos marxistas: los salarios más la plusvalía– en favor de los capitalistas. La Depresión era vista como el resultado del “subconsumo” de los trabajadores, que no podían permitirse el lujo de volver a comprar los productos de su propio trabajo. Los jóvenes economistas de la era del Frente Popular, incluyendo Sweezy, esperaban que una redistribución radical del ingreso nacional a favor de los trabajadores –en términos marxistas: una caída en la tasa de plusvalía– proporcionaría la demanda efectiva necesaria para salir de la Depresión y evitar la repetición de nuevas crisis económicas y el desempleo masivo asociado.
Sweezy, por lo tanto, estaba de acuerdo con los críticos de Marx que negaban que hubiera cualquier tendencia a la baja en la tasa de ganancia como resultado de la tendencia a aumentar la composición orgánica del capital. Más tarde, en “El capital monopolista”, iría más lejos y afirmaría que, bajo el capitalismo monopolista, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia había sido sustituida por la ley de la tendencia del excedente a aumentar. (5)

Sweezy sobre la teoría del valor y de la plusvalía de Marx
“En el marxismo norteamericano e internacional”, Sweezy decía a sus entrevistadores, “hay una división entre los que quieren desechar mucho de lo que es esencial y valioso en el marxismo –como la centralidad de la clase o la teoría del valor trabajo y sus corolarios– y la tendencia radicalmente opuesta de encontrar todo en “El capital”. Entre los verdaderos revisionistas que quieren desechar todo o cambiarlo todo, y aquellos que no quieren cambiar nada. Nosotros estábamos mucho entre esos dos polos, en el sentido de que queríamos preservar las metodologías, el espíritu y el carácter centrales del marxismo, pero no de una manera fundamentalista y dogmática”. (Monthly Review, mayo de 1999)
Sweezy rechazó específicamente las ideas de Ian Steedman, que… urgía a los marxistas a abandonar la ley del valor-trabajo y con ella la teoría de la plusvalía de Marx. Pero Sweezy también previno contra los llamados “fundamentalistas” que quieren “encontrar de todo en ‘El capital’”, al igual que cierto tipo de cristianos que quieren encontrar las respuestas a todo en la Biblia.
Por supuesto, hay marxistas dogmáticos que han memorizado ciertas frases de Marx, Engels, Lenin, etc. y los repiten como loros amaestrados, con frecuencia fuera de contexto. Sin embargo, creo que es gente como Steedman, que instan al abandono de la ley del valor-trabajo y conducen al movimiento socialista al callejón sin salida de la economía vulgar, los que representan, con mucho, la mayor amenaza. Detrás de los Steedmans se encuentran los refutadores profesionales de Marx –los sicarios del capital– que no tienen mucha dificultad para encontrar empleo en las universidades, a diferencia de Sweezy. Y detrás de los refutadores profesionales Marx está el poder de la propia clase capitalista.
En comparación con ellos, los “marxistas dogmáticos” son pesos ligeros intelectuales que, sobre todo en nuestros tiempos reaccionarios, no tienen fuerzas sociales serias detrás de ellos.
Creo que debemos tener mucho cuidado cuando se pide prestado términos de la teología –como dogma, ortodoxia y fundamentalistas– y se aplican a la obra de Marx. A los refutadores burgueses de Marx les encanta hacer esto, afirmando que la obra de Marx no es realmente ciencia, sino una forma de religión. Pero en realidad, la obra de Marx no pertenece a la esfera de la religión, la teología, en absoluto, sino a la ciencia.
El capital” es un trabajo científico al igual que “Principia Mathematica” de Newton. “El origen de las especies” de Darwin y los trabajos de Albert Einstein. Al igual que Newton, Darwin o Einstein, Marx no tuvo la “última palabra” en ninguna cosa. El concepto de “última palabra” no pertenece propiamente a la ciencia, sino a la teología, a la idea de que ciertos escritos no son obra de los hombres sino de Dios mismo y que no pueden ser cuestionados por simples humanos. Estos puntos de vista son completamente ajenos a Marx, quien nunca pretendió ser otra cosa que un hombre.
Al mismo tiempo, hacemos caso omiso de aquellos “que han visto más lejos que otros, porque se pararon sobre los hombros de gigantes”, bajo nuestra responsabilidad. Incluso hoy en día, por ejemplo, aunque la famosa ley de la gravitación de Newton ha sido sustituida por la teoría de la relatividad general de Einstein, las órbitas de los satélites artificiales se sigue calculando conforme a la ley de la gravitación universal de Newton. En su propio campo, la ley del cuadrado inverso de la gravedad de Newton sigue siendo adecuada, aunque en otros problemas –como explicar ciertas características de la órbita del planeta Mercurio– la ley de gravedad de Newton es inadecuada y necesitamos la más poderosa teoría de la relatividad general.
Sin embargo, Einstein no hubiera podido desarrollar la relatividad general sino hubiera sido completamente versado en la física de Newton y en la ley de la gravedad de Newton. Tampoco pudo descartar la poderosa herramienta matemática que Newton inventó: el cálculo diferencial e integral. De hecho, Einstein tuvo que pasar años profundizando sus conocimientos de cálculo, que para entonces se había desarrollado más allá de lo que Newton había logrado, precisamente con el fin de completar su teoría de la relatividad general.
Tampoco la teoría general de la relatividad de Einstein es la última palabra. En ciertas condiciones extremas, las propias leyes de Einstein fracasan. Hoy en día, los físicos están tratando de ir más allá mediante el desarrollo de una teoría de la “gravedad cuántica”, que, sin embargo, está resultando muy difícil de elaborar. Al igual que Einstein no habría sido capaz de ir más allá que Newton si no hubiera dominado a fondo la física newtoniana, los físicos que trabajan en los diversos intentos de desarrollar una teoría de la gravedad cuántica deben dominar a fondo, entre otras cosas, la teoría general de la relatividad de Einstein, la misma teoría que están tratando de reemplazar.
Lo mismo ocurre con Darwin. El descubrimiento del gen de Mendel, y luego el ADN y el ARN, han profundizado grandemente nuestra comprensión de la evolución más allá de lo que Darwin fue capaz de lograr. Pero los grandes descubrimientos de Darwin siguen constituyendo las bases de la biología moderna. (6)
Lo mismo es cierto para cualquier intento de desarrollar, mucho menos sustituir, las teorías económicas elaboradas por Marx.
Las teorías económicas de Marx se basan totalmente en el trabajo de sus predecesores, como puede descubrir rápidamente cualquiera haya leído seriamente a Marx. Al igual que Newton, Marx vio más lejos que sus contemporáneos porque “se puso sobre los hombros de gigantes”, como, por ejemplo, David Ricardo y otros economistas y pensadores, bien conocidos y poco conocidos (7). En la actualidad, cualquier persona que quiera avanzar más la ciencia económica debe a su vez pararse sobre los hombros del gigante Carlos Marx y su ley del valor-trabajo.
No podemos encontrar la respuesta a todas las cosas en “El capital” o cualquier otro libro de un ser humano, pero el precio de no dominar totalmente “El capital” es probablemente muy alto para cualquiera que trate de avanzar la ciencia económica más allá del nivel de Marx.

“El capital monopolista”
La obra “El capital monopolista”, publicada por primera vez en 1966 y coescrita por Paul Baran y Paul Sweezy, constituye la piedra angular por decirlo así de la Escuela Monthly Review. ¿Hasta qué punto “El capital monopolista” es una gran obra de la ciencia como “Principia Mathematica”, El origen de las especies” y “El capital”?, o ¿hasta qué punto se trata simplemente de una popularización de ciertas ideas marxistas en términos más familiares para jóvenes estudiantes de economía de la década de 1960 hacia quienes estaba dirigido?
A diferencia del trabajo anterior de Sweezy, “La teoría del desarrollo capitalista”, Baran y Sweezy no hicieron uso de categorías marxistas básicas como el valor y la plusvalía en este trabajo, de forma explícita. Sweezy indicó que esto se debía a que estaban tratando de llegar a un público que no estaba familiarizado con esos conceptos marxistas, estudiantes universitarios que estudiaban economía (marginalista), como lo había hecho Sweezy una generación antes.
Esto no es algo sin precedentes en la literatura marxista. Por ejemplo, el famoso folleto de 1916 “El imperialismo…. Un esbozo popular” de Lenin tampoco menciona el valor y la plusvalía como tal. Lenin lo hizo porque, como Baran y Sweezy más tarde, también estaba tratando de llegar a personas que no estaban familiarizadas con las ideas marxistas más básicas. Por eso Lenin llamó a su folleto un esbozo popular.
Siendo “El imperialismo…” de Lenin tan importante como es, sería un grave error pensar que este trabajo tiene la misma relación con “El capital” que la teoría de la relatividad general de Einstein tiene con la teoría de la gravitación de Newton. Lenin tenía en mente con claridad los descubrimientos básicos de la economía de Marx cuando escribió su libro. El próximo líder de la Revolución Rusa no consideraba que el desarrollo del capitalismo en su época había invalidado ninguno de los descubrimientos básicos de la economía de Marx. Si Lenin hubiera creído lo contrario, hubiera sido su deber escribir no un “esbozo popular” para gente que no dominaba Marx, sino por el contrario una obra a gran escala para las personas que dominaban la teoría de Marx explicando dónde había estado equivocado Marx o cómo el desarrollo económico desde la época de Marx había invalidado algunos aspectos de la teoría económica de Marx.
Parece, sin embargo, que Sweezy y su coautor Paul Baran creían que el capitalismo había cambiado mucho más fundamentalmente de lo que creían Lenin o cualquier otro marxista de principios del siglo XX. “Ni Lenin ni ninguno de sus seguidores”, escribieron Baran y Sweezy en “El capitalismo monopolista”, “trataron de explorar las consecuencias del predominio de los monopolios para los principios de funcionamiento y las ‘leyes del movimiento’ de la economía capitalista subyacente. Ahí “El capital” de Marx continuaba  reinando”.
Esto implica que lo que se necesitaba no era un “esbozo popular” como “El imperialismo…” de Lenin, sino una nuevo “El capital” que explique cómo la nueva fase del capitalismo –si es que todavía debe realmente ser llamado capitalismo– surgió de las leyes económicas descubiertas por Marx. ¿La ley del valor trabajo sigue siendo válida en la nueva fase del capitalismo, asumiendo que es todavía realmente capitalismo? Y si la respuesta es sí, entonces ¿cómo ha cambiado el funcionamiento de la ley del valor entre el capitalismo de la época de Marx y la nueva economía monopolista que llegó a dominar el siglo XX? Por ejemplo, ¿sigue siendo válida la teoría de la plusvalía de Marx en la nueva economía monopolista?
Sin embargo, Baran y Sweezy describieron su trabajo como un “ensayo”. Ciertamente, no es un libro que nos lleve más allá de “El capital” en la forma en que el trabajo de Einstein nos lleva más allá de las leyes de la gravedad de Newton.
Por ejemplo, si la teoría económica de “El capital” necesita ser reemplazada, o para usar las palabras de Baran y Sweezy, “‘El capital’ de Marx ya no debía reinar más”, Baran y Sweezy tenían el deber de explicar exactamente cómo se ha modificado el funcionamiento de ley del valor o cómo ha sido reemplazada por completo en la economía del siglo XX dominada por los monopolios.
Sin embargo, cualquiera que esté familiarizado con “El capital” y con “El capital monopolista” sabe que este último trabajo no hace nada por el estilo. “El capital monopolista” no desarrolla la ley del valor de Marx, la plusvalía, y el dinero y el precio para las nuevas condiciones de la economía del siglo XX. Por el contrario, estas categorías económicas cruciales como el valor y el dinero no se tratan en absoluto.
El excedente
Cuando tratan la plusvalía –o excedente económico–, Baran y Sweezy ofrecen la siguiente definición: “El excedente económico, en la definición más breve posible, es la diferencia entre lo que una sociedad produce y los costos de producción”.
Existen serios problemas con esta definición. En primer lugar, Baran y Sweezy hablan de las sociedades en general. Pero lo que Baran y Sweezy deberían haber hecho, si la vieja economía capitalista había cambiado tanto como decían debido al auge de los monopolios, es explicar cuál es la forma específica que toma el producto excedente en la nueva economía dominada por los monopolios, y cómo esta forma difiere, si difiere, de la plusvalía en la economía capitalista “competitiva” analizada por Marx?
En efecto, si se pregunta a cualquier hombre de negocios de dónde viene la ganancia –la plusvalía–, él explicará que primero calcula cuánto le cuesta producir una mercancía, y luego agrega una ganancia determinada sobre el costo para así calcular el precio que debe cobrar si quiere obtener una ganancia “razonable”, sin la cual no podría permanecer en el negocio. En la ciencia económica, tenemos que hacer algo mejor que eso. Esto es especialmente cierto si estamos tratando de desarrollar una teoría económica que va más allá de la desarrollada por Carlos Marx.
De hecho, después de la publicación de “El capital monopolista”, hubo un debate entre los críticos sobre si Baran –quien murió antes de la publicación del libro– y Sweezy todavía creían que la ley del valor de Marx describía el funcionamiento básico de la economía del siglo XX. Un crítico, David Horowitz, que era entonces un joven de izquierda –y que más tarde se convirtió en un reaccionario extremista–, aclamó a Baran y Sweezy por tirar a la basura la ley del valor-trabajo de Marx –bastante parecido a lo que más tarde haría Ian Steedman.
¿Cómo explicó Marx su teoría del “excedente” –plusvalíaEn contraste con la definición de “excedente” de Baran y Sweezy, Marx explicó que en todas las formas de la sociedad de clases el producto excedente representa el trabajo no retribuido realizado por los verdaderos productores para la clase dominante. Sin embargo, la forma que el producto excedente toma varía de acuerdo con la forma particular de la sociedad de clases.
Tomemos las sociedades basadas en la esclavitud, donde el trabajador –el esclavo– es la propiedad privada de su jefe. La esclavitud produce la impresión de que todo el trabajo realizado por los verdaderos productores –los esclavos– es trabajo no retribuido. De hecho, el trabajo esclavo se describe con frecuencia como una situación en la que los trabajadores-esclavos trabajan por nada.
¿Es el trabajo del esclavo realmente trabajo no retribuido por completo, como aparenta? No. Si los dueños de esclavos no proporcionaran medios de subsistencia en absoluto a los esclavos, éstos morirían rápidamente. Y los medios de subsistencia que los dueños de esclavos deben proveer a los esclavos, si quieren seguir siendo dueños de esclavos, son producidos por el trabajo humano. Por lo tanto, a pesar de las apariencias en contrario, a los esclavos se les retribuye con una parte del trabajo que realizan.
Bajo el capitalismo, con su trabajo asalariado, prevalece la ilusión opuesta. Parece que a los trabajadores se les retribuye por todo el trabajo que realizan. En torno a esta apariencia, los marginalistas neoclásicos han edificado toda su teoría de la distribución como recompensa obtenida por cada “factor de producción”.
El mayor descubrimiento de Marx fue que bajo el capitalismo –a pesar de la apariencia de que todo el trabajo realizado por los “obreros asalariadas libres” es totalmente remunerado por los capitalistas– los obreros son en realidad obligados a realizar, bajo pena de morir de hambre, una considerable cantidad de trabajo no retribuido para la clase capitalista. En efecto, debido al gran crecimiento de la productividad del trabajo en el capitalismo, comparado con el esclavismo y el feudalismo, el ratio trabajo no retribuido/trabajo retribuido puede aumentar mucho más que en el caso de los modos de producción y explotación anteriores.
Sólo bajo el feudalismo, donde los trabajadores –los siervos que están adscritos a la tierra– trabajan parte del tiempo en su propia tierra para sí mismos y otra parte del tiempo en la tierra del señor para el señor, la esencia del trabajo excedente es clara y abierta.
Paul Sweezy posteriormente señaló que sostenía la validez de la teoría del valor y de la plusvalía de Marx en el capitalismo monopolista. Expresó su pesar por la confusión que había causado la sustitución del término plusvalía por el de “excedente”. Sweezy también dejó en claro que rechazaba la sugerencia de Ian Steedman para que el movimiento socialista abandone la ley del valor-trabajo.
Pero, aun cuando no utilizaron la terminología de Marx, ¿realmente Baran y Sweezy aplicaron la ley del valor y de la plusvalía en “El capital monopolista”?
Aunque los partidarios de la Escuela Monthly Review podrían estar en desacuerdo, no puedo encontrar ningún rastro de la teoría del valor y los precios de Marx en “El capital monopolista”. En cambio, Baran y Sweezy aplican la teoría marginalista de los precios y su extensión a la situación de monopolio (en cuyo desarrollo, durante la década de 1930, el joven Sweezy jugó un papel clave).
Baran y Sweezy escribieron en “El capital monopolista”: “La teoría general de los precios adecuada a una economía dominada por tales corporaciones [monopolistas] es la tradicional teoría de los precios de monopolio de la economía clásica y neoclásica [énfasis añadido –SW]” (8). Entre los economistas profesionales se conoce que la economía neoclásica es otro nombre de la economía marginalista.

En primer lugar, ¿la teoría de los precios de los economistas clásicos es igual a la teoría de los precios de los economistas neoclásicos? No, en absoluto.

Los economistas clásicos, en especial Ricardo, analizan el valor y los precios en función de la ley del valor-trabajo… Por su parte, los economistas neoclásicos –los marginalistas– rechazan específicamente todas las formas de la ley del valor-trabajo. En cambio, ellos sustituyen esta ley del valor-trabajo con la teoría de que los precios reflejan la escasez relativa de las necesidades humanas subjetivamente determinadas. Por lo tanto, la teoría clásica de los precios difícilmente es lo mismo que la teoría marginalista o neoclásica de los precios.

Y ¿qué pasa con Marx? En la frase citada, Baran y Sweezy parecen desconocer por completo que Marx tenía algo que decir sobre los precios.

Este retroceso hacia el marginalismo demuestra que Sweezy –y aparentemente Baran– no había desaprendido las falsas teorías marginalistas que le enseñaron en su juventud. Más tarde, Sweezy complementaría el marginalismo de su juventud con las teorías de Keynes y Marx. Al parecer, los autores de “El capital monopolista” tenían tres teorías en sus cabezas: uno, el marginalismo neoclásico; dos, las teorías de Keynes; y tres, las teorías de Carlos Marx.

Sweezy y Baran eran  capaces de pasar de una teoría a la otra de la manera más ingenua, aparentemente sin darse cuenta de que estas teorías económicas son fundamentalmente incompatibles entre sí. En última instancia, en “El capital monopolista”, desafortunadamente, predominan las teorías derivadas de los marginalistas y de Keynes, no las de Marx.

Bajo la influencia del marginalismo, Sweezy creía que en los últimos años del siglo XIX, antes de la aparición del monopolio, la economía capitalista tendía realmente al “pleno empleo”, como sostenían los marginalistas. Pero, después se modificaron los precios que habían sido previamente determinados por la libre competencia, como la describían los marginalistas (el precio es igual al costo marginal). Ahora se necesitaba una teoría marginalista de los precios modificada (donde el precio es igual al ingreso marginal) para describir la formación de los precios de monopolio (9).
Por desgracia, en “El capital monopolista”, al empezar con los marginalistas en lugar de Marx, Baran y Sweezy se condenaron a sí mismos a un análisis superficial y en última instancia incorrecto de toda la cuestión de los precios de monopolio.
John Bellamy Foster sobre “El capital monopolista
Foster dice: “En ‘El capital monopolista’, Baran y Sweezy describieron el capitalismo avanzado, ejemplificado por los Estados Unidos, como un orden económico y social dominado por las gigantes corporaciones monopólicas (u oligopólicas) – producto de la concentración y centralización de la producción descrita por Marx en ‘El capital’. El rasgo central del sistema era la tendencia creciente del excedente (plusvalía) –un fenómeno posible gracias a la prohibición efectiva de la genuina competencia de precios en industrias monopolistas maduras, junto al aumento continuo de la productividad”.

En la primera frase, Foster señala que Marx predijo en “El capital” que la producción se haría más concentrada (la producción industrial realizada por cada capital industrial individual crecería) y más centralizada (el número de capitales individuales –corporaciones– que participan en determinadas líneas de producción se reduciría). También señala que, a raíz de las aclaraciones posteriores de Sweezy, “el excedente” es igual a la plusvalía. Hasta aquí todo bien.

Usar la ley del valor-trabajo de Marx para decir que la productividad (del trabajo) va en aumento es exactamente lo mismo que decir que los valores de las mercancías están decreciendo. Pero según “El capital monopolista”, dado que está excluida la competencia efectiva de precios entre las industrias monopólicas dominantes, éstas son capaces de cobrar precios que están por encima tanto de sus precios directos como de los precios de producción de las mercancías que producen.

Con el tiempo, el nivel general de precios se desprenderá crecientemente de los valores-trabajo subyacentes, no sólo en la fase de auge del ciclo –ondas largas ascendentes– sino de forma permanente. Aquí es donde comienzan a aparecer las diferencias entre la teoría de los precios derivados del marginalismo que Baran y Sweezy emplean en “El capital monopolista”, y la teoría del valor y los precios de Marx.

Recuérdese que según la teoría del precio de Marx, los precios son cantidades específicas de valores de uso de la mercancía-dinero lingotes de oro. Por eso, en última instancia, los precios representan medidas de pesos de oro, monedas de oro.

¿Los capitalistas (empresas) industriales que producen lingotes de oro o material dinero, tienen algún poder monopolista propio y pueden prohibir la competencia entre ellos, por lo menos en términos del ratio en el que intercambian su mercancía –lingote de oro–  con otras mercancías? Sin duda, la industria de producción de lingotes de oro debería ser clasificada como una industria madura. De una u otra forma ha estado operando durante miles de años, y se ha organizado de forma empresarial durante muchas décadas.

Si la minería de oro y la industria de refinación que produce lingotes de oro tienen el mismo poder monopólico que otras industrias monopólicas maduras, ¿entonces, su poder monopólico no neutralizaría exactamente el poder monopólico de las industrias cuyos precios se definen en términos de la misma mercancía que producen los capitalistas (empresas) de oro?

En este caso, dejando de lado las fluctuaciones cíclicas, los monopolios no tendrán la capacidad de elevar el nivel general de precios por encima de los niveles determinados por los precios de producción, que son determinados en última instancia por los valores-trabajo relativos de la mercancía dinero y las demás mercancías…

Pero tal vez los capitalistas (empresas) industriales que producen lingotes de oro no tienen tal poder monopólico. Tal vez entre ellos se desencadene la competencia más feroz. Con todo, incluso entonces, habrá límites estrictos a la capacidad de las industrias dominadas por los monopolios para elevar el nivel general de precios de sus mercancías por encima del nivel general de los precios de producción de todas las demás mercancías.

Si los monopolios no productores de oro elevan el nivel general de precios muy por encima de los precios directos y de producción de las mercancías, la industria de producción de lingotes de oro no será capaz de obtener en absoluto ninguna ganancia. Y ningún capitalista (empresa) industrial producirá mercancías si no hay ganancia en ello, ni siquiera si el producto es lingote de oro, el dinero mismo.

Cuando los capitalistas (empresas) industriales que participan en la producción de oro no pueden obtener una ganancia suficiente, la producción de oro declina. Desde el comienzo del siglo XX, esto ha ocurrido en dos ocasiones, y estamos siendo testigos de ello una vez más en el comienzo del nuevo siglo.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en Europa en agosto de 1914, los precios habían estado subiendo, con sólo breves interrupciones, durante 18 años. El estallido de la guerra interrumpió la reproducción ampliada capitalista y llevó al alza los precios medidos en términos de lingotes de oro, y no sólo en términos de moneda depreciada.

Cuando los precios de mercado de las mercancías subieron por encima de sus precios de producción, el resultado fue una fuerte caída en el nivel de producción de oro debido a la repentina caída de la rentabilidad de las industrias de minería y refinación de oro. Esto fue seguido por la enorme deflación de precios en 1920-1921, en términos de oro, y monedas que no se devaluaron o sólo se devaluaron moderadamente frente al oro.
Una deflación de precios similar se repitió entre 1929 y 1933, los años de la gran crisis. Estos colapsos de precios superaron con creces todo lo que había ocurrido antes en la historia del capitalismo. Desde luego, esto no se ajusta a lo que dice “El capital monopolista”, que la competencia de precios entre las corporaciones monopólicas dominantes había sido suprimida, dándoles el poder para evitar que los precios de sus productos caigan.

Sin embargo, estos colapsos del nivel general de precios no ocurrieron durante el periodo del capitalismo competitivo, sino en el periodo del capitalismo monopolista. En términos de oro –pero no en términos de dólares devaluados–, los precios se redujeron aún más después de la devaluación del dólar norteamericano en un 40 por ciento, durante el gobierno de Roosevelt, entre 1933 y 1934.
Luego la guerra y los ciclos industriales que estaban dominados por la fase del boom que siguió a la guerra llevaron a un aumento considerable en el nivel de precios, una vez más. Esto tal vez hizo que los autores de “El capital monopolista” se olvidasen de las violentas deflaciones de precios ocurridas en 1920-1921 y en 1929-1933, en la era del capitalismo monopolista. En términos de dólares devaluados, los precios en los Estados Unidos alcanzaron máximos históricos.
Pero en términos de lingotes de oro, los precios estaban todavía por debajo del nivel que prevalecía a finales de la Primera Guerra Mundial. Todo el alza de los precios generales relativos al nivel de los precios que prevalecieron terminada la Primera Guerra Mundial reflejaba el 40 por ciento de devaluación del dólar de los EEUU de Roosevelt. En 1966, el mismo año en que se publicó “El capital monopolista”, se desarrolló repentinamente una contracción del crédito, que apuntaba a una nueva deflación del nivel general de precios.
La única manera de que los precios en términos de dólares estadounidenses y otras monedas de papel se mantuvieran en una trayectoria ascendente era a través de una nueva devaluación del dólar y otras monedas que estaban más o menos ligadas a él, en términos de oro o dinero real. Con el fin de evitar la clásica deflación –una caída en el nivel general de precios en términos monetarios– se produjo una devaluación masiva del dólar estadounidense, durante la década de 1970 que excedió de lejos la devaluación del dólar de Roosevelt en 1933-34.
En lugar de una devaluación de 40 por ciento, hubo una devaluación del dólar estadounidense de casi 90 por ciento, una vez que el polvo se asentó en los albores del “shock de Volcker” de 1979-1982. En lugar del precio del oro flotando alrededor de $ 35 la onza, como lo hizo entre 1934 y 1968, el precio del oro en dólares se movió alrededor de $ 350 la onza.

En términos de oro –dinero real–, el  nivel general de precios nunca regresó al nivel que prevaleció en la década de 1960, cuando Baran y Sweezy escribieron “El capital monopolista”.
Como todos sabemos, en el otoño de 2008 el pánico se apoderó de los mercados financieros globales, y pareció, por un momento, que el nivel general de precios estaba a punto de derrumbarse de nuevo. Lo único que impidió un gran descenso de los precios en dólares fue la duplicación de la “base monetaria” realizada por el Sistema de la Reserva Federal de EEUU en pocos meses.

El resultado ha sido una nueva devaluación del dólar estadounidense, medida por el precio del oro en dólares. El precio del oro ha aumentado de 675 dólares la onza (cuando la crisis comenzó en el verano de 2007) a cerca de $ 1,100 hoy en día, esto es una devaluación efectiva del 39 por ciento, hasta ahora.
En general desde el comienzo de la era del capitalismo monopolista alrededor de 1900, la cantidad de oro que un dólar estadounidense representa en circulación ha caído de alrededor 1/20.67 a 1/1, 100 la onza troy de oro. O lo que viene ser la misma cosa: en 1900, mil dólares representaban 48.4 onzas troy de oro, en la actualidad representan 0,91 onza troy, menos de una onza troy. El aumento a largo plazo en el nivel general de precios, producido desde el comienzo de la era de la dominación de las corporaciones monopólicas, queda enteramente explicado por la enorme depreciación de las monedas en términos de lingotes de oro o mercancía-dinero.

Otras épocas mucho antes del surgimiento del capitalismo monopolista, y el capitalismo en cualquier forma, han sido testigos de “revoluciones de precios” similares, cuando el contenido de metal precioso en las monedas se redujo permitiendo que el Estado aumente la cantidad de monedas depreciadas en circulación. El resultado fue que el precio del oro subió en términos de las monedas devaluadas y con ello los precios de las mercancías en general, en términos de la moneda devaluada.

Hoy en día, se obtiene el mismo resultado mediante el uso de la imprenta o su “equivalente electrónico”, permitiendo que el precio monetario del oro suba. Si se siguieran aplicando las reglas del patrón de oro internacional, esto no se permitiría, y la tendencia general de los precios desde la Primera Guerra Mundial, a través de las fluctuaciones cíclicas, habría sido fuertemente hacia la baja.

Al explicar la “tendencia del excedente” a subir como resultado de la supuesta capacidad de las corporaciones monopólicas para subir los precios sin tener en cuenta la caída de los valores- trabajo, Baran y Sweezy estaban persiguiendo una ilusión de papel. Esa fue la penalidad que pagaron por partir de la teoría marginalista de los precios, que está basada en meras apariencias, opuestas a la ciencia de Carlos Marx.
[…]

La teoría de la crisis que falta en la Escuela Monthly Review

La Escuela Monthly Review tiene a su favor haber puesto un gran énfasis en la capacidad ociosa, el desempleo crónico y el estancamiento o crecimiento lento capitalista, pero ha dicho muy poco acerca de las crisis periódicas de sobreproducción. De hecho, el término “sobreproducción” ni siquiera aparece en el índice de “El capital monopolista”.

Creo que esto era un vestigio de su temprana “educación” marginalista, que Sweezy nunca superó. Además, Sweezy tendía a asumir que la economía capitalista basada en la “libre competencia”, tal como prevaleció en los primeros tres cuartos del siglo XIX, realmente tendía hacia “el pleno empleo y el crecimiento”, como sus “educadores” de Harvard no dudaron en “explicárselo”. Al igual que muchos economistas de izquierda más jóvenes de la década de 1930, Sweezy asumió que detrás del estancamiento y el desempleo masivo de la década de 1930 estaba el crecimiento de los monopolios capitalistas –carteles y trusts– o corporaciones gigantescas.

Creo que esto invierte la relación entre el estancamiento económico –en realidad las crisis– y el monopolio. Marx situó el inicio del sistema capitalista mundial en el siglo XVI. Pero señaló que algunos elementos de la producción capitalista se pueden rastrear hacia el siglo XIV, en Italia. Nacido entre los siglos XIV y XVI, el modo de producción capitalista ha venido desarrollando desde hace unos 500 años.

Pero las crisis periódicas de sobreproducción industrial generalizada en el mercado mundial capitalista sólo comenzaron con la crisis de 1825. Teniendo en cuenta los 500 años de historia del capitalismo y su mercado mundial, estas crisis siguen siendo aún hoy un fenómeno relativamente nuevo. A 75 años –una simple vida humana– de la primera crisis capitalista de sobreproducción generalizada en 1825, ya estábamos en la época de los monopolios capitalistas. En efecto, Lenin en “El imperialismo…”, data el comienzo de la dominación de los monopolios –la era imperialista, propiamente hablando– en el año 1900, exactamente 75 años después de la primera crisis económica mundial moderna de sobreproducción industrial generalizada.
Por lo tanto, las crisis periódicas de sobreproducción industrial generalizada comenzaron justo antes de la aparición del monopolio capitalista moderno. […] la tendencia a que la producción crezca más rápidamente que el mercado está muy arraigada en la propia producción de mercancías. De hecho, se basa en la separación entre valor de cambio y valor de uso, que contiene en germen la polarización entre la mercancía y la forma dinero de su valor independiente.

 

Pero no fue hasta que se hizo posible aumentar la producción industrial a un ritmo muy rápido, a través de la aplicación de la mecanización a vapor en el proceso de producción, que comenzaron las crisis periódicas de sobreproducción recurrentes. Una vez que aparecieron, poco después apareció el monopolio capitalista moderno.

 

Cada crisis es seguida por un período –a veces largo, a veces corto– de estancamiento o depresión. Durante la fase de estancamiento del ciclo industrial, queda inactiva una gran cantidad de capacidad productiva potencial y de fuerza de trabajo humano.

 

¿Cuál es el efecto de este estancamiento generado por la crisis sobre la competencia? Intensifica la competencia que conduce a la formación de monopolios. Luego los monopolios introducen, por su cuenta, elementos de estancamiento orientadas a aplazar nuevas crisis. Por ejemplo, se recortan nuevas inversiones a fin de limitar el exceso de capacidad, y se congelan algunas invenciones.

 

Pero sólo por un tiempo. Tarde o temprano, se produce una repentina expansión del mercado, y se reitera la tendencia de la producción capitalista a expandirse sin límite. Una vez más, esto termina en una nueva (o nuevas) crisis de sobreproducción general de mercancías, pero en un nivel más alto de desarrollo. Esto termina en estancamiento renovado, mayor competencia, mayor centralización del capital y emergencia de nuevos monopolios.

 

De esta manera, se pueden explicar los largos estancamientos, la competencia acelerada que conduce al monopolio, y las nuevas oleadas explosivas de crecimiento capitalista, seguido por nuevas crisis, nuevos estancamiento y nuevos saltos en la centralización del capital –tal como lo estamos viendo de nuevo, en la actualidad.  ¿No es ésta la historia real y concreta del capitalismo monopolista desde el comienzo del siglo XX?

 

El intento poco convincente de Baran y Sweezy de explicar los periodos de crecimiento

 

La teoría de Baran y Sweezy que sostiene que la principal causa del estancamiento es el monopolio, implica una profundización continua de la tendencia al estancamiento, ya que el monopolio moderno comenzó a desarrollarse en la década de 1870. En efecto, Baran y Sweezy sostuvieron que el estancamiento es el estado normal de la economía capitalista dominada por los monopolios. En “El capital monopolista”, Baran y Sweezy se vieron obligados, en consecuencia, a explicar los periodos de rápido crecimiento capitalista que han ocurrido desde la aparición de los monopolios.
La automovilización y la prosperidad de la década de 1920

 

Es en este punto donde encuentro sus explicaciones particularmente poco convincentes. Por ejemplo, Baran y Sweezy sostienen que la prosperidad de la década de 1920 se debió en gran parte a una innovación que hizo época, el automóvil. Podemos ver aquí la influencia de Schumpeter. No todo fue producción de automóviles y producción de materias primas y auxiliares necesarias para producir automóviles, también tuvo que crearse una gran nueva infraestructura de carreteras, estaciones de gasolina, etc. Esto a su vez hizo posible la suburbanización –la construcción de viviendas, grandes centros comerciales y escuelas ubicadas en los suburbios–, generando enormes pedidos a la industria.

 

Pero este proceso sólo ocurrió en sus primeras etapas, cuando la gran crisis de 1929-1933 provocó un chirrido de interrupción temporal. ¿La gran crisis no debió haberse producido varias décadas después, cuando el proceso de automovilización y suburbanización se hubiera completado en gran medida? De hecho, a nivel mundial el proceso de automovilización todavía tenía un largo camino por recorrer hasta hoy.

 

Peor aún son las afirmaciones de Baran y Sweezy de que el crecimiento de los gastos improductivos, como los gastos militares, y el “esfuerzo de ventas” pueden transformar el estancamiento capitalista inducido por los monopolios en un auge del crecimiento capitalista. Aquí vemos la influencia no de Schumpeter, que siempre se opuso a este tipo de teorías, y menos aún de Marx, sino de Keynes.

 

Ciertamente, un cambio repentino hacia una economía de guerra después de un largo periodo de estancamiento capitalista inducido por la crisis, como el de la década de 1930, puede dar lugar a un aumento súbito de la producción y a dramáticas caídas e incluso la virtual desaparición del desempleo. Hombres como Baran y Sweezy que vivieron esa época estuvieron, sin duda, enormemente impresionados por la súbita transición de lo que parecía ser el eterno estancamiento de la década de 1930 a la “prosperidad” de la economía de guerra de EEUU.

 

Sin embargo, la conversión a la producción de guerra, de fábricas y otras fuerzas productivas que normalmente producen los medios de producción y los medios de subsistencia para los trabajadores, socava todo el proceso de reproducción ampliada capitalista en el largo plazo. El crecimiento de los gastos improductivos explicaría mejor el estancamiento que el crecimiento.

 

Entre las décadas de 1930 y 1960, Sweezy parece haber creído que las crisis económicas siempre se podían evitar si el gobierno estaba dispuesto a gastar cantidades suficientes de dinero. En “El capital monopolista”, Baran y Sweezy llegaron a afirmar que el gasto público financiado con impuestos estimularía la economía, incluso si el dinero se gastaba de manera perfectamente inútil.

 

Afirmaron que el gasto financiado por los impuestos tiene un efecto multiplicador de uno. Es decir, por cada dólar que el gobierno recauda y gasta, se crea un dólar adicional de demanda efectiva monetaria, por encima y más allá de lo que hubiera existido sin los impuestos y los gastos.

 

¿Es esto cierto? Si los impuestos provienen de los salarios de los trabajadores, no se creará una nueva demanda neta. Las compras efectuadas por el Estado o sus dependencias se verán compensadas por la reducción de las compras efectuadas por los trabajadores.

 

Supongamos que al menos algunos de los impuestos se aplican sobre las ganancias. Baran y Sweezy aparentemente asumieron que la parte de las ganancias que el Estado tomaba bajo forma de impuestos sería de cualquier forma atesorada por los capitalistas, y que la caída de la tasa  de ganancia después de impuestos no tendría en absoluto un efecto negativo sobre la tasa de inversión capitalista –la sustitución del viejo y la creación de nuevo capital industrial–.

 

Se trata de supuestos muy poco realistas. Usando este tipo de supuestos, Baran y Sweezy predijeron erróneamente que las corporaciones presionarían por más y más gasto público, aunque eso significara que tuvieran que pagar más impuestos ellos mismos, ¡con el fin de resolver sus problemas de demanda insuficiente! ¡Las cosas no fueron así! Ningún capitalista pagará a sus clientes para que compren sus productos. Ellos están interesados en las ganancias, no en las ventas por las venta

 

Del Frente Popular a la Guerra Fría

En sus años juveniles del Frente Popular, Sweezy había sido optimista de que esta supuesta necesidad de los capitalistas por creciente gasto público, incluso si fuera financiado por impuestos a los propios capitalistas, daría lugar a amplios programas sociales, tales como la expansión de la construcción de vivienda pública.

 

Sin embargo, con el estallido de la Guerra Fría, Sweezy vio que sus esperanzas de la era del Frente Popular no se estaban cumpliendo. En cambio, el gasto social del gobierno como porcentaje del PIB parecía haberse congelado en el nivel –no muy alto– de los últimos años del New Deal. El aumento del gasto público por encima de ese nivel fue resultado exclusivamente de los gastos militares de la Guerra Fría.

 

Sólo en la década de 1970, con el surgimiento del fenómeno de la “financiarización” y el regreso a crisis más agudas, Sweezy pareció darse cuenta de que el problema de acabar las crisis en el marco del sistema capitalista no era tan simple como se lo había imaginado. Todo el sistema financiero se estaba volviendo cada vez más inestable. Las corporaciones, contrariamente a las predicciones de “El capital monopolista”, se habían vuelto cada vez más resistentes a los impuestos y tuvieron un gran éxito en la reducción las tasas impositivas que se les aplicaba. A medida que el sistema financiero se hacía más frágil, el gobierno encontraba más difícil simplemente pedir prestado más dinero, o imprimirlo, para crear más “demanda monetaria efectiva”.

 

Si se prestaba o imprimía demasiado dinero, las monedas se desplomarían, la tasa de interés de los bonos del gobierno se dispararía, y la inflación subiría. Después, cuando las monedas se hubieran finalmente estabilizado –el shock de Volker– las altísimas tasas de interés se comerían la ganancia empresarial, socavando el incentivo de los capitalistas para llevar a cabo la producción industrial.

 

Esta es la razón por la que el gobierno de Obama –para disgusto de los keynesianos más liberales– anunció que congelaría el gasto público –aparte del gasto militar y del seguro social– a partir de 2011, pese a que se esperaba que el desempleo fuera anormalmente alto… en comparación con el “normal” alto nivel de desempleo en los Estados Unidos.

 

Sweezy, siempre atento a las nuevas tendencias económicas, incluso en su vejez,  llamó la atención sobre el nuevo fenómeno de la “financiarización”. En sus últimos escritos, y después de él otros miembros de la Escuela Monthly Review, han puesto un gran énfasis en lo que John Bellamy Foster llama ahora el capital monopolista-financiero. En sus últimos años, Sweezy estaba fascinado por la fórmula de Marx de capital a interés, M-M’, y el extra de M –la diferencia entre M’ y M– que parece surgir de la nada sin la intervención del proceso de producción.

 

Pero Sweezy fue incapaz de explicar, en primer lugar, por qué surgió la “financiarización”, y cómo ella encaja en la evolución a largo plazo del capitalismo. Él y Baran ciertamente no lo habían previsto en “El capital monopolista”. Él admitió que no fue capaz de integrar el fenómeno de la financiarización en una teoría económica más amplia.

 

Sweezy culpó a los efectos de la vejez por su falta de éxito en este sentido, y era por entonces un hombre muy viejo. Pero creo que la razón de la falta de éxito de Sweezy en este sentido es más profunda. En su juventud, Sweezy sólo entendió parcialmente a Marx y, no menos importante, nunca se liberó de la errónea “educación” marginalista que recibió en Harvard. Más tarde, durante los años del Frente Popular de la década de 1930, fue mal educado aún más por Keynes y sus seguidores.

 

Dominar las ideas de Marx es extremadamente difícil para los que se acercan con la mente fresca, pero puede ser aún más difícil para aquellos cuyas cabezas se han llenado con las falsas ideas del marginalismo y el keynesianismo durante sus años de formación. Por lo tanto, a pesar de su gran inteligencia, Sweezy –como la mayoría de los economistas profesionales que batallan con Marx– sólo tuvo un éxito parcial en su dominio de Marx. Sweezy podía tener ideas brillantes, pero con demasiada frecuencia caía en su vieja costumbre marginalista de ver las cosas, o en el simple impresionismo cuando se enfrentaba a nuevos e inesperados desarrollos de la economía capitalista.

 

Durante la larga vida de Sweezy como economista, estos desarrollos incluyeron: el aparente eclipse del poder de los bancos de Wall Street –el capital financiero– en el marco del New Deal, bancos que parecían tan todopoderosos durante la década de 1920; el fin del reformismo del Frente Popular después de la Segunda Guerra Mundial y la era del crecimiento económico acelerado de la economía capitalista mundial de los años 1950 y 1960; y finalmente el crecimiento de la “financiarización” de los últimos años de Sweezy.

 

Mi mayor crítica a “El capital monopolista

Esta crítica de la Escuela Monthly Review sería incompleta si no mencionara el pasaje más objetable en “El capital monopolista” desde una perspectiva marxista: “La respuesta de la ortodoxia marxista tradicional –que el proletariado industrial debe finalmente levantarse en revolución contra sus opresores capitalistas– ya no tiene convicción. Los obreros industriales son una minoría cada vez menor de la clase obrera, y sus núcleos organizados en las industrias básicas en gran medida se ha integrado en el sistema como consumidores y miembros ideológicamente condicionados de la sociedad”.

 

En su lugar, Baran y Sweezy ponen sus esperanzas revolucionarias en la lucha entre el imperialismo norteamericano y las naciones oprimidas del mundo. Estas luchas, esperan ellos, prepararán finalmente el camino para la transformación revolucionaria de la sociedad norteamericana en cauces socialistas, en el futuro. Aquí, en pocas palabras, vemos los puntos fuertes y las debilidades de la Escuela Monthly Review.

 

Esas líneas reflejan de una manera impresionista la situación política en los Estados Unidos en la década de 1960, cuando fue escrito “El capital monopolista”. En aquel entonces, Estados Unidos estaba luchando la guerra contra el pueblo vietnamita, que inspiraba no sólo al movimiento contra la guerra en gran parte basado en los estudiantes, sino también al movimiento del poder negro, que en conjunto sacudieron la sociedad norteamericana. La federación sindical AFL-CIO, una organización fuertemente anticomunista, por otro lado, era firme partidaria de la guerra contra Vietnam, y había sido un fuerte apoyo de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Corea.

 

Sin duda, la transformación socialista de la sociedad, ya sea en Estados Unidos o en otros lugares, es impensable sin el derrocamiento de la monstruosa dictadura sobre la mayor parte de las naciones del mundo que el imperialismo norteamericano estableció a partir de 1945 y que desgraciadamente se ha ampliado aún más desde que Baran y Sweezy escribieron “El capital monopolista”, como resultado de la contrarrevolución Gorbachov-Yeltsin en la antigua URSS.

 

Pero no debemos olvidar que todas las naciones modernas se encuentran divididas en clases, los países imperialistas –incluyendo Estados Unidos, su “aliado” imperialista satélite Japón y los países de Europa occidental, incluyendo Gran Bretaña– y las naciones oprimidas del “tercer” mundo que con mayor o menor éxito están tratando de liberarse de la dictadura imperialista mundial de EEUU. Y las principales clases en todas las naciones modernas son más que nunca la clase capitalista y la clase obrera.

 

Independientemente de su número y el grado de organización y conciencia de clase en un país determinado, en un momento determinado en el tiempo, la parte más importante de la clase obrera sigue siendo la parte que produce la plusvalía. Sin los productores de plusvalía, la clase dominante capitalista y sus parásitos no podrían sobrevivir físicamente por mucho tiempo.

 

En las naciones oprimidas, la clase obrera no tiene más alternativa que luchar contra el imperialismo hasta el final, mientras que los capitalistas nativos siempre están buscando acuerdos y compromisos con el imperialismo –aunque incluso la burguesía de las naciones oprimidas a veces se ve obligada a luchar contra el imperialismo, hasta cierto punto. Los enfrentamientos entre las clases capitalistas de los países oprimidos y las clases trabajadoras, incluyen las diversas capas del campesinado que oscilan entre el polo de lucha representado por la clase obrera y el polo de compromiso representado por los capitalistas locales.

 

Las luchas lideradas por los capitalistas de las naciones oprimidas y hasta las luchas que son dirigidos por los partidos de base campesina de las naciones oprimidas pueden conducir y han conducido a avances democráticos, acelerando el desarrollo capitalista, y mejorando las condiciones para los trabajadores que luchan contra la clase capitalista nativa. Pero sólo cuando la clase obrera organizada como clase dominante llegue al poder es posible trascender el capitalismo y comenzar la construcción de una sociedad socialista. Esto no es sólo lo que predijo la teoría de Marx, sino mucho más importante, es lo que las revoluciones del siglo XX confirmaron, tanto positiva como negativamente.

 

En los países imperialistas, es a los trabajadores a quienes se les pide que se sacrifiquen, a menudo con sus vidas, cuando los pueblos de las naciones oprimidas no se rinden sino que contraatacan, incluso bajo liderazgos burgueses –como en Afganistán en la actualidad bajo la dirección de los talibanes con su ideología religiosa. Son los hijos y ahora también las hijas de la clase obrera los que son empujados a las fuerzas armadas por el “reclutamiento económico” y pierden la vida en estas guerras ahora interminables contra los pueblos de las naciones oprimidas del mundo, guerras que continúan con Obama como antes con Bush.

 

Mientras la clase obrera de los EEUU y la clase obrera de los países imperialistas gocen de los beneficios en la forma de una participación en las superganancias imperialistas, no serán propensos a oponerse al imperialismo. Pero cuando los oprimidos contraataquen, se remecerá la “alianza” de la clase obrera de los países imperialistas con su clase dominante capitalista imperialista. Y cuanto más fuerte sea la resistencia de los países oprimidos a la dictadura imperialista, esto será así cada vez más.

 

Se hace más claro que los países imperialistas, también, están divididos en dos principales clases antagónicas. Se trata de la clase capitalista, los apropiadores de la plusvalía, y los trabajadores asalariados, los productores de plusvalía. Al final, por lo tanto, contradiciendo a los autores de “El capital monopolista”, debe ser la clase obrera industrial o la clase productora de plusvalía la que debe levantarse en revolución contra la clase capitalista (12). Esto es cierto tanto en los países oprimidos como en los países imperialistas por igual. Si el levantamiento de la clase obrera no se desarrolla, o si carece del suficiente ímpetu revolucionario cuando lo hace, es sólo cuestión de tiempo antes de que la clase capitalista y su sistema capitalista moribundo de explotación destruyan la civilización moderna por completo.

Tomado del blog “A Critique of Crisis Theory”

 

Traducido para “Crítica Marxista-Leninista” por Inessa de la Torre y Thiago R.

 

Artículos relacionados, del mismo autor:

 

Value Theory, the Transformation Problem and CrisisTheory (2010)

John Bellamy Foster’s Latest Attempt To Reconcile Marx and Kalekis (2013)

 

Descargar “La Escuela Monthly Review” de Sam Williams (2011)